Intelectuales y elites
¿Parte del problema o parte de la solución?
Nueva Sociedad 303 / Enero - Febrero 2023
Durante las últimas décadas, existe una revitalización de la discusión sobre las elites, que sin embargo no ha estado acompañada de un debate profundo sobre el rol de los intelectuales en la reproducción social. Tal discusión resulta importante en un contexto en el que se suele mencionar el alejamiento de las elites de la sociedad como una de las razones del deterioro democrático, tanto en América Latina como a escala global.
La (re)emergencia de las elites y la ausencia de debate sobre los y las intelectuales
Si a mediados y finales del siglo pasado la pregunta por la coexistencia pacífica, el armamentismo, los procesos de liberación nacional y las posibles consecuencias de una guerra nuclear constituían los tópicos más importantes de discusión, hoy las preguntas centrales de las sociedades occidentales giran en torno de los exorbitantes niveles de desigualdad social y sus implicancias para la cohesión social, los efectos del cambio climático sobre la especie humana y sobre el planeta, y las consecuencias de la (aparente) eclosión de las democracias liberales.
El alcance y la profundidad de estas discusiones han implicado transformaciones en múltiples campos y áreas de investigación. En las ciencias sociales, el impacto de la desigualdad, la relevancia de la crisis del Antropoceno y el debilitamiento del Estado-nación como forma de organización han permitido reposicionar la discusión sobre cómo es, cómo se produce y cómo se reproduce el orden contemporáneo. En esta línea, se ha (re)considerado especialmente el rol de un sujeto social olvidado durante décadas: las elites. Caracterizadas como aquellos sujetos que poseen altos niveles de capital (social, cultural, económico) y prestigio con respecto al resto de la sociedad1, las elites constituyen parte fundamental de la sociedad neoliberal contemporánea. La constatación de la relevancia de las elites políticas y económicas como agentes que, siguiendo a Charles Wright Mills, «hacen historia»2 ha generado un auge –algo inesperado, hay que decirlo– de los estudios sobre este grupo en las últimas dos décadas. Aunque fructífera y densa en campos como la sociología, la economía, la educación o la ciencia política, la revitalización de los estudios sobre las elites no se ha acompañado, sin embargo, de un debate igualmente intenso sobre el rol que los intelectuales pueden (podemos) cumplir en la configuración de la reproducción social, ni sobre las implicancias de esta posición social en los problemas que, paradójicamente, han (¿o hemos?) ayudado a iluminar. Como una forma de contribuir (desde la mirada de un investigador inmerso en el campo académico en América Latina) a este debate intelectual del Sur global, en este ensayo busco problematizar las relaciones, imbricaciones y tensiones entre elite e intelectuales. La tesis central que recorre el ensayo y que intento defender es que, más allá de las problemáticas que han ayudado a poner en discusión, los y las intelectuales no han (hemos) problematizado lo suficiente cuál es su (nuestra) posición en la estructura social de las sociedades occidentales (y especialmente, en las latinoamericanas), lo que ha contribuido a que se conviertan en un actor social que ha colaborado –muchas veces, más allá de sus intenciones– en la reproducción de las elites políticas y económicas, aunque muchas veces el discurso intelectual (tanto público como privado) haya sido altamente crítico con estas mismas elites.
Intelectuales, clase y poder: algunos vínculos entre elite e intelectuales
La categoría de intelectual es una noción eminentemente moderna, originada al calor de un debate público desarrollado en la Francia de finales del 1800, a raíz del caso Dreyfus. Con el nombre de «intelectual» se buscó denominar (y, de paso, clasificar y categorizar) a un conjunto de escritores –a esas alturas, casi exclusivamente hombres– que buscaban defender los principios fundadores de la modernidad occidental (libertad, igualdad y fraternidad) en la esfera pública3. Posteriormente, las ciencias sociales –sobre todo, pero no únicamente, la sociología– adoptaron esta categoría, y se desplegó toda una tradición y un campo de discusión en los siglos xix y xx.
Desde mi perspectiva, dos temas que han sido debatidos respecto de los intelectuales se entroncan directamente con la discusión sobre las elites. Por una parte, y desde inicios del siglo xx, se ha discutido intensamente la posición de la intelectualidad dentro de la estructura social. De esta manera, se ha buscado (a veces, de forma bastante esquizofrénica) determinar si este grupo constituiría una clase o grupo diferenciado o, por el contrario, si podría ser considerado una fracción particular de otras clases sociales ya existentes4. Este debate posiciona una primera pregunta central para entender la relación entre elites e intelectuales: ¿somos las y los intelectuales parte de una clase en sí misma o, por el contrario, somos parte de otra clase social? En la «conversión» en intelectuales, ¿pasamos de una clase a otra? En consecuencia ¿somos las y los intelectuales agentes que podemos deshacernos de nuestras «pasiones políticas» o de nuestra condición socioeconómica y de clase para discutir en el espacio público o, por el contrario, estamos indefectiblemente constreñidos por nuestra posición en la estructura social? Mientras que la idea del intelectual como clase particular será defendida especialmente por el filósofo y escritor francés Julien Benda, la noción del intelectual como agente «atado» o «condicionado» por su estructura social será popularizada bajo la categoría de «intelectual orgánico» por el comunista italiano Antonio Gramsci5.
Conectada con lo anterior, una segunda pregunta central en el debate sobre la categoría «intelectual» se vincula con el impulso ético y el sentido político de la acción intelectual6. En este caso, lo central de la discusión es la lealtad que el intelectual tiene (o puede tener) hacia quienes detentan y ejercen el poder, así como la direccionalidad de la transformación social que busca promover. De esta manera, lo que aquí se debate no es tanto el lugar o la posición del intelectual, sino más bien el sentido o la orientación de su acción. Para algunos, los intelectuales son (de hecho o de derecho) agentes que pueden/deben confrontarse críticamente al poder social y político7, personas que tienen como función principal «cuestionarlo todo y a todos», con Jean-Paul Sartre como la figura icónica de lo que Pierre Bourdieu denominó «intelectual total» y que puede verse como un prototipo de este tipo de actor8. En contraste, Wright Mills, en su ya clásico La elite del poder, defendería la idea de que los y las intelectuales de las sociedades capitalistas (y también los de los países del orbe soviético) estaban altamente constreñidos en su capacidad crítica y se convertían con facilidad (y frecuencia) en reproductores del poder social y político9. Desde otro enfoque, los trabajos más recientes de Gisèle Sapiro destacan el proceso de autonomización del campo intelectual respecto del campo político, y muestran cómo las y los intelectuales no se movilizan solo para influir en la esfera política, sino también, de manera creciente, como actores que buscan influir en su propia esfera o campo, así como en los campos sociotécnicos o mediáticos que sirven como correas transmisoras entre «lo político» y «lo intelectual»10.
Tanto la pregunta por la posición como la pregunta por la acción permiten interseccionar la discusión sobre intelectuales y elites, y son la base de las preguntas centrales de este artículo: ¿son (somos) los y las intelectuales parte de las elites? ¿Por qué sí, por qué no? ¿Qué diferencia y qué asemeja a los y las intelectuales con las elites políticas y/o económicas? ¿De qué forma y en qué medida pueden (podemos) los y las intelectuales posicionarse (posicionarnos) contra o con el poder político y económico? En definitiva, ¿son (somos) los y las intelectuales parte de los procesos de reproducción de las elites o parte de su cuestionamiento? Como forma de problematizar estas preguntas (más que responderlas), en las siguientes secciones exploramos algunas características, condicionantes y análisis de la relación entre elites e intelectuales buscando, de esta manera, aproximarnos a algunas respuestas.
Los y las intelectuales como «dominantes dominados»
Quizás lo primero es partir de una sentencia: en la actualidad, la gran mayoría de las y los intelectuales son (somos) parte consustancial de las elites. Distintos motivos pueden permitir sustentar esta afirmación. En primer lugar, tal como han descrito Mike Savage y Karel Williams, una parte de las fracciones contemporáneas de las elites son las de conocimiento o intelectuales11. Caracterizados como grupos que tienen el privilegio de ciertos capitales, principalmente simbólicos, los intelectuales representan una fracción ínfima de la población que tiene (tenemos) un acceso desproporcionado de influencia y voz en las sociedades –a través de los medios, la prensa, las redes sociales y/o las publicaciones académicas–, y por lo mismo pueden (podemos) ser catalogados sin muchas ambigüedades como una parte relevante de las elites contemporáneas. En segundo lugar, durante las últimas décadas se ha mostrado que parte importante de lo que se reconoce como intelectuales tiene un rol de soporte simbólico y/o ideológico de los grupos de poder, ejerciendo funciones de enlace, conexión o entroncamiento entre el conocimiento y otras fracciones de las elites. Así, los y las intelectuales ejercen (ejercemos) muchas veces una posición y disposición específica dentro de las elites: la de desarrollar redes y flujos entre las elites de conocimiento y otras fracciones de la elite, mediante la elaboración, traducción o promoción de ciertas ideas. Finalmente, es posible indicar que las y los intelectuales son (somos), grosso modo, una fracción relevante de las elites por un tercer motivo: en la mayoría de las sociedades contemporáneas, se trata de actores con altos grados académicos, reconocimiento social y/o premios. En sociedades como las latinoamericanas, donde menos de 1% de las personas posee un doctorado (en México, por ejemplo, el porcentaje es de 0,1%), tener este grado académico posiciona, casi automáticamente, más dentro que fuera de las elites.
Por estas tres razones (constitución como elite de conocimiento, relación simbiótica con el poder y posesión de altos niveles de capital cultural), los y las intelectuales pueden definirse, a lo menos de forma inicial, como parte de las elites contemporáneas. Ahora bien, ¿cuál es su (nuestra) posición entre las distintas fracciones de las elites? Más allá de las individualidades (que obviamente hacen que ciertos sujetos estén mejor y otros peor posicionados), es posible afirmar que los intelectuales ocupan la posición que Bourdieu definió como de actores dominantes dominados12. Esta idea busca indicar que, a pesar de ser parte de los sujetos que están en la cúspide de la estructura social respecto del conjunto de la población, son sujetos dominados en el interior de estos grupos, y por lo mismo, son (somos) actores sociales que se entienden (nos entendemos) desde una dualidad de ser y no ser al mismo tiempo parte de estas elites.
«Crear» intelectuales: ¿producción o reproducción de una elite de conocimiento?
Habiendo (habiéndonos) posicionado a los y las intelectuales como actores dominantes dominados dentro de la estructura social y como parte de las elites, vale la pena ahora preguntarse: ¿de qué forma el campo intelectual produce y reproduce a sus miembros? Esta pregunta nos lleva directamente a la discusión sobre los procesos de reproducción de las elites intelectuales. Todas las elites generan distintos mecanismos para reproducirse y perpetuar sus privilegios, lo que incluye estrategias de reproducción matrimonial, pertenencia a ciertos clubes, generación de redes de amistad, generación de pautas de comportamiento específicas o uso de ciertas vestimentas13. Con diferencias, todas estas estrategias de reproducción buscan separar a las elites del resto de la sociedad y también de otras fracciones de las propias elites, promoviendo una distinción –simbólica pero con efectos reales– entre «ellos» y «nosotros»14.
En el caso del espacio intelectual, suele pensarse que los mecanismos de producción y reproducción de las posiciones se vinculan menos con procesos de clausura social y más con la lógica del mérito y la capacidad individual, especialmente en las últimas décadas, en las que la lógica de la competencia y el funcionamiento del capitalismo académico han cooptado parte importante de los espacios y dinámicas donde las elites se desenvuelven15. De esta forma, se ha extendido la idea de que, a diferencia de otros grupos de la elite (como las elites políticas o las económicas), el de los y las intelectuales sería un grupo al que no se pertenece per se, sino por lo que uno hace (o deja de hacer).
Esta idea, sin embargo, es poco más que una ilusión promovida precisamente por el mundo intelectual. Por una parte, la posición de intelectual está bastante más condicionada por la procedencia, los capitales simbólicos de la familia, el peso de la educación y la posición institucional de lo que a muchos de los y las intelectuales les gusta reconocer, tal como se pudo ver, por ejemplo, en un reciente estudio sobre población con doctorado en Chile, que mostró que las probabilidades de obtener ese título están altamente mediadas por la clase de origen y por la universidad donde se estudió16. Por otra parte, la posición que ocupamos tanto dentro como fuera del campo intelectual está siempre interseccionada por la clase, el género y la raza. Tal como ha mostrado, por ejemplo, Angela Davis a través de su autoanálisis17, la posición del intelectual es inevitablemente una posición corporizada en un sujeto que no opera en el vacío, sino en una sociedad que lo cataloga y clasifica. Por estas razones, los procesos de reproducción de los y las intelectuales no distan mucho de los otros procesos de reproducción de las elites, que tienden mucho más a la reproducción que al recambio.
Los y las intelectuales en el mundo: más allá del compromiso y la neutralidad
Tanto la pregunta por la posición de los y las intelectuales en tanto miembros de las elites como aquella por los procesos de reproducción de esas posiciones se focalizan en lo que podríamos denominar «dimensiones posicionales» de las elites, pues buscan describir el lugar que estas tienen en las sociedades. Por el contrario, las siguientes tres secciones abordarán lo que esta fracción de las elites hace en las sociedades. En el caso de las y los intelectuales, la pregunta por la acción ha sido largamente abordada, aunque dos enfoques han sido predominantes. Por una parte, una concepción hegemónica ha cultivado la idea de que el rol central del intelectual es ser un sujeto sin «pasiones» (políticas, sociales, sexuales) que, desde la racionalidad, tiene la capacidad de analizar cierto ámbito de la sociedad, promoviendo lo que Max Weber denominó «neutralidad valorativa»18. En oposición a esta visión, se ha indicado que precisamente lo que puede diferenciar a los y las intelectuales de otros grupos es su capacidad eminentemente crítica, es decir, la posibilidad de contrastar y hacer frente al poder y a las injusticias sociales19.
Aunque no tengo el espacio para desarrollar todos los argumentos, lo central que quiero destacar sobre este punto es que, en sociedades como las contemporáneas, el abandono de la pretensión weberiana de neutralidad valorativa en el análisis de los fenómenos sociales constituye un primer impulso ético-político para poder reconfigurar la relación entre elites e intelectuales. Este abandono no implica de manera mecánica un resurgimiento del «intelectual militante» comprometido socialmente y que abandona el espacio académico20, ni tampoco una práctica «anfibia» que combine de forma separada la militancia social con el quehacer intelectual21, sino más bien una sentencia que permita una recontextualización de los usos y orientaciones de la labor intelectual.
Siguiendo a Alan Sokal y Jean Bricmont, lo central no es tanto tomar posición abandonando la pretensión analítica, sino reconocer que el análisis de la realidad involucra –inevitablemente– una toma de posición y observación sobre esa realidad, buscando así aumentar los niveles de capacidad crítica y analítica22 y no entendiendo ambos elementos como aspectos contradictorios sino, por el contrario, como complementarios. En definitiva, se trata de incorporar la idea de que los y las intelectuales no son (somos) actores neutrales ni externos a los problemas sociales de la región, pero tampoco son (somos) –por posición y rol– simplemente actores que vivencian las situaciones que buscan describir. De este modo, pueden (podemos) ser actores no neutrales, pero sí objetivos (o, si se quiere ser más precisos, rigurosos), lo que, más que restarles (restarnos) potencia política y capacidad de transformación, aumenta esa potencia.
Resistencias y contrarresistencias del modo de ser intelectual: ¿contra uno mismo?
Junto con la discusión del sentido de la acción ético-política de los y las intelectuales en tanto fracción de las elites de conocimiento, también me parece importante preguntarnos por las formas de acción cotidianas, es decir, no solo respecto del sentido de la acción, sino también de su forma de concreción diaria. Al respecto, y a diferencia de lo que ocurrió en buena parte del siglo xx, cabe destacar que la acción de los y las intelectuales (especialmente en América Latina) está circunscrita de forma importante a las universidades más que a centros de pensamiento, a diferencia, por ejemplo, de lo que ocurre en Europa o en Estados Unidos23. De esta forma, hoy los y las intelectuales están casi inevitablemente ligados a las prácticas y políticas de las universidades contemporáneas, basadas en el management, un potenciamiento de las prácticas individualizantes y la centralidad de la investigación aplicada, rápida y de corto plazo24.
Como es esperable, este marco constriñe y delimita el margen de acción diaria de las y los intelectuales. Sin embargo, como donde hay coacción hay resistencia25, este constreñimiento puede ser entendido también como un espacio de posibilidad para que emerjan distintas modalidades de contestación a estas prácticas. En este sentido, multiplicar las formas de resistencia –tanto públicas como subterráneas, tanto sutiles como directas– que permitan imaginar nuevas maneras de ser y aparecer como intelectual se constituye en una segunda tarea de acción. Aunque las direcciones de estas formas de resistencia pueden ser múltiples, me parece que lo fundamental a destacar son cuatro grupos de acciones: (a) las que permitan contrarrestar la lógica individualizante del conocimiento, potenciando el desarrollo de proyectos colectivos por sobre formas de reconocimiento intelectual hiperindividualizadas; (b) las que potencian formas de conocimiento abierto y de procesos de investigación más «lentos»; (c) las que permitan diseñar agendas de investigación contextualizadas y relevantes para las comunidades y sociedades, más que los «problemas imaginados» seleccionados individualmente por los y las intelectuales y (d) las que permitan un posicionamiento de temas centrales, futuros imaginados y, por qué no, soluciones para las comunidades y sociedades en las que vivimos, y no solamente planteando preguntas o debates muchas veces abstractos e infructíferos para mejorar la calidad de vida de las personas.
Aunque difícil, creo que esta agenda posiciona uno de los puntos centrales para subvertir la dinámica de producción y reproducción de los y las intelectuales, resquebrajando así su vinculación como elites de conocimiento, pues permite cuestionar la idea del intelectual como un actor individual, que genera sus problemas desde una «torre de marfil» y que se focaliza en sus propios problemas más que en los de las sociedades. Se trata, en definitiva, de promover un acercamiento entre el «ellos» y el «nosotros», reconociéndonos como parte de la comunidad política y social a la que pertenecemos.
Hacia la construcción de un intelectual no elitizado: el lugar central de la autorreflexividad
Tanto el sentido ético-político de la acción de los y las intelectuales como las prácticas de resistencia que puedan llevar adelante no emergerán de forma normativa, indicativa ni menos aún coercitiva. Por el contrario, me parece que abordar estos desafíos requiere de una transformación que reposicione –de forma crítica pero a la vez productiva– la pregunta por quiénes somos en la sociedad. Para lograr esto, se requiere que el mundo intelectual pueda desarrollar altos niveles de reflexividad y autorreflexividad. Entendida como la capacidad de observar el operar particular desde un punto de vista propio, pero también desde otras miradas26, la autorreflexividad no se limita a un ejercicio psicológico, sino que puede comprenderse como un ejercicio académico (si se quiere, científico) inmanente al quehacer intelectual27.
Vista de esta manera, la autorreflexividad es más que una declaración de principios: es una actividad que nos permite discutir (de forma sistemática) los fundamentos y límites de los propios discursos, los sentidos de los propios productos y los impactos de las propias acciones, reconociendo, a la vez, la potencialidad y los límites de esos pensamientos, ideas y acciones y su impacto como parte de las elites de las sociedades. Así, la autorreflexividad se estructura como una piedra angular del trabajo intelectual contemporáneo, que permite subvertir las lógicas estatuidas de «ser intelectual» en los marcos del capitalismo académico, pero también producir pensamientos y acciones considerando esta realidad. En definitiva, la autorreflexividad va más allá de un pensamiento marginal, es una acción que se introduce dentro del propio saber-hacer del y de la intelectual, pues permite generar una observación de segundo orden sobre el propio hacer. En sociedades como las latinoamericanas, donde los y las intelectuales están (estamos), por decirlo de alguna forma, «lejos» de la sociedad, este ejercicio de autorreflexividad se constituye no solo como una posibilidad de acción, sino más bien como una necesidad de acción.
Una condición fundamental para desarrollar procesos de autorreflexividad es que estos sean sistemáticos. Para ello, es posible rescatar las herramientas propias de las ciencias sociales, para aportar un sello de rigurosidad, que permita salir de la reflexión como una actividad aislada y descontextualizada del trabajo intelectual diario. En esta línea, acciones como el autoanálisis sociológico, la autoetnografía o la construcción de círculos de autoconciencia propios de los enfoques feministas son, entre muchas otras, herramientas que nos permitirán incorporar la autorreflexividad como un horizonte de acción de los y las intelectuales28. En definitiva, se trata de incorporar al trabajo diario la siguiente premisa: para conocer la sociedad, hay que conocerse a sí mismo.
A modo de cierre
Utilizando tanto elementos normativos como descriptivos de la realidad social contemporánea, en este ensayo busqué analizar la relación entre elites e intelectuales. Partiendo de la constatación de que las elites y los y las intelectuales son actores claves para entender fenómenos críticos de la actualidad, propuse que el mundo intelectual puede ser caracterizado a grandes rasgos como una fracción de las elites de conocimiento y como actores dominantes dominados en la estructura social, que desarrollan intensos procesos de reproducción simbólica y social, fomentando así la autorreproducción como grupo. A partir de esta constatación, describí la posibilidad de desarrollar un giro en esta tendencia, a través de una transformación ético-política de los y las intelectuales (abandonando la neutralidad valorativa weberiana pero sin necesariamente adoptar una postura militante), de la gestación de prácticas de resistencia cotidianas que permitan hacer frente al capitalismo académico en el que se desenvuelven (nos desenvolvemos) los y las intelectuales y mediante la aplicación de herramientas de autorreflexividad que permitan situarnos en el mundo por conocer desde una mirada crítica del yo.
Visto así, este ensayo puede caracterizarse como un esfuerzo con una triple dimensionalidad: política, intelectual y biográfica. Siguiendo las reflexiones de Wright Mills sobre este punto, esas tres dimensiones configuran el locus principal del quehacer intelectual, pues la historia, la biografía y la sociedad no son dimensiones separadas, sino caminos que convergen en la producción de ideas y conocimiento29. Aunque pueda parecer abstracta, me parece que esta noción permitirá acercar al resto de la sociedad a uno de los grupos de las elites que se encuentran (nos encontramos) hoy en día más alejados de la ciudadanía: los y las intelectuales. Como destacaron recientemente Jorge Atria y Cristóbal Rovira30 –aunque pensando más en la elite económica–, el alejamiento de las elites de la sociedad es una de las principales causas del deterioro democrático, algo especialmente evidente en las sociedades latinoamericanas. Por lo mismo, construir puentes de acercamiento, aunque difícil, no es nunca una tarea irrelevante para aportar a la construcción de un horizonte más justo, igualitario y esperanzador para nuestras sociedades.
Nota del autor: este artículo ha sido elaborado luego de conversaciones, discusiones y lecturas llevadas a cabo como parte de la estancia de investigación que desarrollé en el Centro Maria Sibylla Merian de Estudios Latinoamericanos Avanzados en Humanidades y Ciencias Sociales (CALAS), en el marco del «Laboratorio de Conocimiento II. Confrontando las desigualdades en América Latina: perspectivas sobre riqueza y poder». Muchas de estas reflexiones se han complementado con los análisis y debates desarrollados en el marco del Proyecto Fondecyt Regular 1200841: «Radiografía del pensamiento crítico latinoamericano: las Antologías de Clacso como aproximación a un canon regional», financiado por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) del gobierno de Chile.
-
1.
Shamus Khan: «Elite Identities» en Identities: Global Studies in Culture and Power vol. 19 No 4, 2012.
-
2.
C. Wright Mills: The Causes of World War Three, Ballantine Books, Nueva York, 1960.
-
3.
Carlos Altamirano: Intelectuales. Notas de investigación de una tribu, Norma, Buenos Aires, 2006.
-
4.
Mohammed Brahimi, Marcos González, Marcus Morgan y Amín Pérez: «Strategies of Public Intellectual Engagement» en The Sociological Review vol. 68 No 5, 2020.
-
5.
J. Benda: The Treason of the Intellectuals [1928], Transaction, New Brunswick, 2007; A. Gramsci: Cuadernos de la cárcel [1929], Siglo xxi Editores, Buenos Aires, 1975.
-
6.
Gill Eyal y Larissa Buchholz: «From the Sociology of Intellectuals to the Sociology of Interventions» en Annual Review of Sociology vol. 36, 2010.
-
7.
Razmig Keucheyán: «Las mutaciones de la teoría crítica. Un mapa del pensamiento radical hoy» en Nueva Sociedad No 261, 1-2/2016, disponible en www.nuso.org.
-
8.
P. Bourdieu: Contrafuegos. Reflexiones para servir a la resistencia contra la invasión neoliberal, Anagrama, Barcelona, 2006.
-
9.
C. Wright Mills: La elite del poder, FCE, Ciudad de México, 2005.
-
10.
G. Sapiro: «Modelos de intervención política de los intelectuales. El caso francés» en Prismas vol. 15 No 2, 2011.
-
11.
M. Savage y K.Williams (eds.): Remembering Elites, Blackwell, Nueva York, 2008.
-
12.
P. Bourdieu: Homo academicus, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2008.
-
13.
P. Bourdieu: Las estrategias de la reproducción social, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2011.
-
14.
Michele Lamont y Virag Molnár: «The Study of Boundaries across the Social Sciences» en Annual Review of Sociology vol. 28, 2002.
-
15.
Sheila Slaughter y Gary Rhoades: Academic Capitalism and the New Economy: Markets, State, and Higher Education, Johns Hopkins UP, Baltimore, 2004.
-
16.
Paulina Pérez Mejías, Roxana Chiappa y Carolina Guzmán-Valenzuela: «Privileging the Privileged: The Effects of International University Rankings on a Chilean Fellowship Program for Graduate Studies Abroad» en Social Sciences vol. 7 No 12, 2018.
-
17.
A. Davis: Mujeres, raza y clase, Akal, Barcelona, 2005.
-
18.
M. Weber: Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva, FCE, Ciudad de México, 2008.
-
19.
R. Keucheyán: ob. cit.
-
20.
C. Altamirano: ob. cit.
-
21.
Maristella Svampa: Cambio de época. Movimientos sociales y poder político, Clacso / Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2014.
-
22.
A. Sokal y J. Bricmont: Imposturas intelectuales, Paidós, Barcelona, 1999.
-
23.
José Joaquín Brunner, Orazio Belletini y Adriana Arellano (eds.): Más Saber América Latina. Potenciando el vínculo entre think-tanks y universidades, Think-Tank Iniciative, Santiago de Chile, 2014.
-
24.
Yann Moulier-Boutang: Cognitive Capitalism, Polity Press, Malden, 2011.
-
25.
Michael Foucault: Nacimiento de la biopolítica, FCE, Ciudad de México, 2007.
-
26.
Suzanne Day: «A Reflexive Lens: Exploring Dilemmas of Qualitative Methodology through the Concept of Reflexivity» en Qualitative Sociology Review vol. 8 No 1, 2012.
-
27.
P. Bourdieu y Loïc Wacquant: Una invitación a la sociología reflexiva, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 1992.
-
28.
Katie Sarachild: Conciousness-Raising: A Radical Weapon, Random House, Nueva York, 1978.
-
29.
Charles Wright-Mills: Cartas y escritos autobiográficos, FCE, Ciudad de México, 2005.
-
30.
Jorge Atria y Cristóbal Rovira: «Las elites chilenas y su (des)conexión con la sociedad» en Nueva Sociedad No 295, 9-10/2021, disponible en www.nuso.org.