Argentina: ¿el fin de la política plebeya?
octubre 2017
Los sectores populares se retiran progresivamente del espacio político público. La Argentina que vota el domingo 22 de octubre, vive un proceso de «chilenización» social y político. El macrismo avanza y el peronismo busca reinventarse.
El próximo domingo se desarrollarán las elecciones parlamentarias en Argentina. Las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) dejaron un escenario confuso, en el que la fuerza gobernante Cambiemos obtuvo la mayoría nacional, y el peronismo en sus diversas vertientes se posicionó en un segundo lugar. ¿Qué evaluación hace de esas elecciones y qué se puede prever para las generales del domingo teniendo en cuenta aquellos resultados?
En primer lugar, diría que lo más probable es la profundización de la tendencia de las PASO, es decir, una ampliación porcentual del triunfo de la fuerza oficialista Cambiemos a nivel nacional, y un triunfo por margen pequeño en la provincia de Buenos Aires de la fórmula encabezada por Esteban Bullrich, que representa a la misma coalición. De cualquier manera, incluso si resultase ganadora Cristina Fernández de Kirchner por un margen similar al de las elecciones primarias (20.000 votos), considero que eso no modificará la conclusión política de estas elecciones, que remite a la probable hegemonía política del gobierno y a un escenario visiblemente catastrófico para todas las oposiciones: las peronistas, las progresistas y las de izquierda. Esta hegemonía no es numérica ni se define meramente por la cantidad de bancas en la Cámara de Diputados o Senadores. Se produce por el peso del partido del Estado, la expectativa de reelección del presidente y su impacto en el comportamiento de los actores económicos y sociales.
En el peronismo aseguran que la fuerza política liderada por la ex-presidenta Cristina Kirchner constituye un freno a la posibilidad de triunfar sobre Mauricio Macri, dado que no alcanza a obtener un consenso generalizado en el propio peronismo y, de ese modo, inhabilita el desarrollo de una fuerza unificada. Desde su espacio, sin embargo, sostienen que ningún otro dirigente tiene la fortaleza suficiente para obtener la cantidad de votos que ella ha obtenido. ¿Qué es lo que está sucediendo entre el kirchnerismo y el peronismo?
En este punto ambos sectores tienen razón, y creo que de eso pueden extraerse algunas conclusiones para el futuro político argentino. Antes de estas elecciones existía una ilusión: la de que el panorama electoral ordenaría el panorama del peronismo, consagrando claramente a un actor por sobre el otro. Eso no sucedió, dado que perdieron todos. Creo que ha llegado la hora de la política en el peronismo, de plantear creativamente cambios de ideas, personas, y formas. Sin el Estado como ordenador, el famoso «el que gana conduce y el que pierde acompaña» se transforma en pura mitología. No es solo el electorado quien resolverá esta situación. La solución le corresponde en parte a la actual dirigencia peronista y también a la que deberá nacer luego de esta crisis, que se revela como una particularmente profunda en la historia del peronismo. Ni el electorado kirchnerista desaparecerá, ni tampoco el enrolado con Sergio Massa (el candidato «centrista») ni el de los peronismos provinciales, aunque es cierto que todos ellos se encuentran en un proceso entrópico. Desde 2013, los peronismos solo se achican. Y Cambiemos solo crece. El peronismo debe dejar de tocar la tecla F5 (actualizar), como lo hace desde el año 2013. Con esa política solo se beneficia el actual gobierno.
Más allá de la ex-presidenta Cristina Kirchner, ¿tiene el peronismo alguna otra figura que pueda generar o aglutinar un nuevo espacio opositor al gobierno del presidente Macri?
Creo que aún no, aunque dentro del universo peronista ubicaría también a Sergio Massa. Pensemos en lo sucedido en el año 2006. ¿Quién era el jefe de la oposición a Néstor Kirchner? Evidentemente, no existía solo uno. Algo similar sucederá en 2018. No habrá una sola figura clara porque, como decíamos, el resultado electoral no resolvió lo que la política no pudo. Creo que en lo inmediato iremos a la era del «panperonismo» y de la resurrección de una suerte de grupo parlamentario opositor.
El gobierno del presidente Macri inició su gestión prometiendo cambios profundos con respecto a la gestión del kirchnerismo. Su política parece haber sido, al menos, contradictoria. Mientras que, por un lado, se produjeron aumentos considerables de tarifas de servicios públicos y se evidenció una política de endeudamiento, el gobierno asegura que no tocó la Asignación Universal por Hijo y que mantuvo e incluso aumentó algunas de las políticas sociales del gobierno anterior. ¿Cómo se puede caracterizar, en términos generales, a este gobierno que, aunque está claramente ubicado a la derecha, consigue conquistar la atención y el voto de numerosos sectores sociales?
Este gobierno se define menos por «las políticas» que por «la política». Es más un gobierno de clase que un gobierno de derecha en términos estrictos. Pensemos, por ejemplo, en el menemismo, que constituyó un gobierno de signo netamente neoliberal, pero no un gobierno de clase. Creo que la novedad del macrismo deviene de ser la conclusión histórica de la progresiva latinoamericanización de Argentina y del paulatino desempoderamiento político real de los sectores populares, que se profundiza en el último gobierno de Cristina Kirchner. En el fondo, y en términos sociológicos, el ex-ministro de Economía kirchnerista Axel Kicillof y el actual jefe de gabinete macrista Marcos Peña se parecen mucho más de lo que algunos creen. Para exponerlo en términos generales, es la disputa entre el prestigioso colegio público Nacional de Buenos Aires y el selecto colegio privado Cardenal Newman. Es la batalla entre quien vacaciona en la playa uruguaya La Pedrera y el que lo hace en Punta del Este. Asistimos hace años a una suerte de retirada de los sectores populares del espacio político público. La crisis del peronismo está mucho más ahí que en su división parlamentaria. El modelo de gestión corporativa del PRO es el reemplazo de la herramienta política de la Argentina plebeya. Una suerte de «chilenización» política que vino después de la chilenización social.
¿Cómo evalúa usted la política comunicacional del gobierno? Se ha hablado mucho de la realización de «focus groups», de la comunicación «cara a cara» a partir del timbreo en las casas y de diversas estrategias de contacto directo. ¿Cree que esto es importante a la hora de entender los resultados y las posibilidades de esta fuerza política en las próximas elecciones?
Sí, creo que lo es, aunque me parece que las ideas del «gurú» del oficialismo, el ecuatoriano Jaime Durán Barba, son más importantes como «ideología» del gobierno, como «filosofía política» antes que como métodos o herramientas estrictamente comunicacionales. El timbreo es, en ese sentido, revelador. Oculta en esa falsa simetría entre los funcionarios y la gente las verdaderas responsabilidades de cada uno. Constituye una suerte de dilución de la noción de responsabilidad política en «la sociedad». Pero claramente Cambiemos posee la herramienta más sofisticada en términos de medición de la opinión pública y el mapeo de sus inquietudes, lo cual es central para cualquier campaña electoral. Creo que la tensión en el gobierno está menos en la cuestión electoral que en la utilización del focus group como método de gobierno.
En Argentina suele afirmarse que la población «vota con el bolsillo» o «en términos económicos». ¿Es el caso de esta elección? ¿Se verifica un voto favorable al presidente Macri en esos términos? ¿Puede afirmarse algo así mientras la economía no termina de despegar y no está claro que lo haga en el corto plazo?
No considero que la economía haya sido un factor relevante. El mandato de esta primera etapa de gobierno de Cambiemos es sobre todo político: básicamente, funcionar como el dique del voto castigo hacia el modelo anterior, tanto al kirchnerismo de modo más específico, como al peronismo en su totalidad. Se trata de una agenda opositora de la oposición. Las medidas de gobierno no son siquiera mencionadas por el propio gobierno. Es como si les bastase con barrenar la ola del tsunami.
Un caso resonante en la opinión pública que ha llegado incluso al exterior ha sido el de la desaparición del joven Santiago Maldonado, luego de una represión de la Gendarmería Nacional en el marco de una protesta junto a un grupo de mapuches en Esquel. Este caso concitó la atención de numerosos organismos de derechos humanos y puso la lupa sobre las políticas de seguridad del gobierno ¿Cómo ha afectado este caso a la imagen gubernamental?
Creo que el lamentable caso de Santiago Maldonado ha profundizado los clivajes y las polarizaciones que ya existían y ha mostrado «la hilacha» de cierto posicionamiento ideológico del gobierno, cuidadosamente escondido detrás de la estética de la modernidad «obamista». En general, más que la acusación directa sobre la responsabilidad del gobierno en su desaparición, lo que más llama la atención es la política posterior a esta. Las actitudes de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, del secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, y el silencio del mismo presidente son reveladoras. Es como un agujero negro de sentido con el cual no puede (o no quiere) lidiar. Además, la «política de la alegría» manejada por el gobierno en consonancia con las teorías de su publicista estrella Durán Barba tiene cierta alergia a la tragedia: no sabe cómo comunicarla y, en ese paradigma, «lo que no se puede comunicar mejor que no exista».
Pablo Touzón es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Ha cursado estudios internacionales en la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT). Es miembro del Grupo CGTecno, dedicado al análisis de las nuevas relaciones entre trabajo y tecnología en el marco de la Confederación General del Trabajo. Es editor de Panamá Revista.