Entrevista

Claves de la escalada bélica en Ucrania

Entrevista a Reinhard Krumm


febrero 2022

El conflicto entre Rusia y Ucrania se encuentra en un momento de máxima tensión. El presidente ruso, Vladímir Putin, ha reconocido a las «repúblicas populares» del este ucraniano y ha lanzado ataques contra objetivos ucranianos. ¿Qué puede hacer Europa para favorecer la desescalada?

<p>Claves de la escalada bélica en Ucrania</p>  Entrevista a Reinhard Krumm

Reinhard Krumm, director de la oficina regional de la Fundación Friedrich Ebert para la Cooperación y la Paz en Europa, explica la agudización del conflicto en Ucrania y analiza posible papel de Alemania y Francia en la solución del conflicto. Krumm fue director de la División de Europa Central y Oriental de la misma fundación en Berlín y de las oficinas en Asia Central y la Federación Rusa.

¿Cómo interpreta el conflicto entre Ucrania y Rusia y cómo podría evolucionar?

Por más vueltas que se le dé al asunto, Ucrania, al no ser miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), no puede prevenir ni detener un ataque de Rusia, que ha vuelto a contar con armamento de calidad y moderno. Además, la OTAN se ha negado a defender a Ucrania precisamente porque no es miembro de esa alianza de defensa. Y así ha sucedido que el presidente ruso ha reconocido a las así llamadas «repúblicas populares» de Lugansk y Donetsk como Estados independientes y soberanos. Ucrania se ha dividido. Y ahora está en marcha un ataque ruso contra Ucrania.

Esto significa que van a imponerse sanciones contra Rusia, que los efectos serán sentidos por Moscú... y también por la Unión Europea. Ambas partes, la gente de allá y de aquí, los sufrirán. La peor parte en una ampliación de la guerra se la llevarán, sobre todo, los ucranianos. De allí resulta además la «terrible obligación» de hacer todo lo posible por evitar una mayor escalada de la guerra y de resolver el conflicto pacíficamente, tal como ha enfatizado en varias ocasiones el canciller alemán Olaf Scholz. No obstante, la diplomacia no es el único instrumento, las sanciones duras también son parte de esta estrategia. Y la comprensión de que la disuasión sigue teniendo un papel en tiempos inciertos.

Desde el final de la Guerra Fría no ha estado Europa tan cerca de la guerra. Al mismo tiempo, los Estados europeos no han conversado tan intensamente sobre la seguridad del continente desde entonces. Por desgracia, para que existiese esta reacción hubo que esperar a que se diera una escalada muy peligrosa del lado ruso. Y obviamente fue demasiado tarde, porque ahora son las armas las que hablan.

Y sin embargo, por difícil que parezca y por escaso que sea el éxito que haya tenido hasta ahora, la seguridad europea en el siglo XXI solo puede ser una obra conjunta. Y esto, entendiendo que el conflicto actual, el enfrentamiento, no es la segunda temporada de la Guerra Fría, sino algo nuevo para lo cual no tenemos una respuesta prefigurada.

Hace unos días, en un artículo de la revista The Nation, el analista Anatol Lieven afirmaba que «el verdadero Putin es ciertamente despiadado, cínico y de sangre fría, pero también muy cauteloso y razonable», estableciendo un contraste entre esta percepción y la imagen difundida en una parte del mundo occidental: la de un «Putin despiadado y agresivo hasta la locura». ¿Cree usted que las posiciones y las actitudes de Putin han sido magnificadas o minimizadas? ¿Cuánto pesan las características del mandatario ruso en la resolución o la escalada del conflicto?

La política exterior rusa es, desde el final de la Unión Soviética, muy estable. Es difícil creer que el presidente Boris Yeltsin (hasta 2000) tuviera una idea esencialmente diferente del lugar de Rusia en el mundo de la que tiene Vladímir Putin o Dmitri Medvédev. Durante mucho tiempo, los instrumentos fueron simplemente toscos, pero las cosas han cambiado desde la reforma militar hace más de una década. Y hay una estrategia mas agresiva. Además, de unos años a esta parte, Rusia tiene oportunidades en política exterior que no existían hace mucho tiempo: sobre todo la asociación con China, que Beijing define como el nivel más alto de sus relaciones diplomáticas (Alemania está dos niveles más abajo).

No caben dudas de que la política rusa depende enormemente del presidente. Pero atribuírsela por completo a él podría llevar a inferir de manera errónea que, si dimitiera, las prioridades de la política exterior de Moscú cambiarían automáticamente. Esto no se puede descartar. Pero también es concebible un análisis que considere que la política exterior actual de Rusia y su aprobación popular se llevan a cabo con independencia de quienes estén en el poder. La sociedad critica sin piedad a su Estado en materia de política interior, pero es mucho menos crítica de su política exterior. Esto deja en claro que no se trata solo de personas y de su política, sino de un problema más arraigado: ¿qué tipo de país quiere ser Rusia? En Europa, esto está decidido: adversario, no socio.

Tras el reconocimiento de los territorios ucranianos de Donetsk y Lugansk (así como previamente de los territorios georgianos de Abjasia y Osetia del Sur), la guerra ha vuelto a Europa. No está claro qué extensión geográfica tendría, ni con qué violencia lo haría. Para Rusia, la opción elegida conlleva grandes riesgos. No solo por complicaciones militares, no solo por el aislamiento internacional del país y las sanciones económicas asociadas, sino también por los nutridos lazos familiares entre rusos y ucranianos. ¿Quién le disparará a quién?


¿Qué pretende Rusia? ¿Quiere redefinir las relaciones con la Alianza Atlántica impidiendo que Ucrania se incorpore a la OTAN o pretende algo más?

Rusia (entendiendo por tal al conjunto del Estado y la sociedad) siempre sintió la expansión de la OTAN hacia el este como un proyecto hostil. En lugar de trabajar por una seguridad europea común, los Estados occidentales han expandido la alianza de la Guerra Fría hacia la frontera rusa motivados por el deseo de Estados de Europa oriental y la ex-Unión Soviética. No ha habido garantías por escrito del lado occidental para no hacer esto, aunque sí una serie de promesas verbales.

En este contexto, existen dos cuestiones a tener en cuenta y, al mismo tiempo, difíciles de resolver. La primera es que la Alianza está abierta a solicitudes de membresía. El párrafo 10 del Tratado de la OTAN de 1949 dice: «Las Partes pueden, por acuerdo unánime, invitar a ingresar a cualquier Estado europeo que esté en condiciones de favorecer el desarrollo de los principios del presente Tratado y de contribuir a la seguridad de la zona del Atlántico Norte». Está justificado preguntarse si la membresía de Ucrania realmente contribuye a la seguridad en Europa. El segundo punto a tener en cuenta es que el Tratado de Lisboa de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) de 1996 y la «Declaración sobre un modelo común y global de seguridad para Europa en el siglo XXI» contenida en él, establece en su punto 7: «Reafirmamos el derecho inherente de todos y cada uno de los Estados participantes a su libertad de elegir o cambiar sus acuerdos de seguridad, incluyendo tratados de alianza, a medida que éstos evolucionan. Cada Estado participante respetará los derechos de todos los demás a este respecto. No fortalecerán su seguridad a expensas de la seguridad de otros Estados». Ucrania invoca el punto de elegir una alianza, mientras que Rusia invoca el punto de respeto por los derechos de los demás.

Ucrania se ha sentido amenazada por lo menos desde 2014. Y Rusia ve amenazados sus intereses de seguridad en el ámbito de la estabilidad estratégica, o sea, la igualdad nuclear, y recela de las armas de nueva generación que podrían dar el Prompt Global Strike. Esto incluye misiles supersónicos que, debido a su alta velocidad, pueden desactivar sistemas antimisiles y plantas nucleares. Estas armas están siendo desarrolladas por Rusia y Estados Unidos.

Pero la atención se concentra en Ucrania. Por un lado, es un territorio que limita con Rusia y, por lo tanto, se reduciría dramáticamente el tiempo de reacción de los rusos si se desplegaran tales armas. La expansión de la OTAN hacia el este representa un peligro de proximidad militar por el despliegue de la más moderna tecnología militar. Sin embargo, desde el punto de vista ruso, se hace sobre todo la declaración paternalista, que contradice todas las normas y leyes internacionales, de que Ucrania no es en verdad un Estado independiente.

Este planteo no tiene nada que ver con intereses de seguridad, sino que pretende satisfacer una necesidad rusa expuesta a principios de la década de 1990 por el ganador del Premio Nobel de la Paz Alexander Solzhenitsyn: fundar un Estado ruso central compuesto por Rusia, Bielorrusia y Ucrania. Como era de esperar, el presidente Putin ha reconocido públicamente una y otra vez la soberanía de Ucrania. Pero los acontecimientos recientes contradicen su afirmación. Desde el punto de vista del Estado ruso, Ucrania es un producto de la era soviética. Esta afirmación, que pone en cuestión la integridad territorial de un Estado soberano, es intolerable para el mundo internacional de los Estados, y sobre todo, naturalmente, para Ucrania. Contradice todas las normas internacionales, que también Rusia ha suscripto.

Usted sugirió en una entrevista que la Unión Europea, particularmente a través de la cooperación de Francia y Alemania, podría desempeñar un papel clave para desactivar el conflicto. ¿Qué pueden hacer? ¿Qué margen de maniobra tienen hoy ambos países?

Un conflicto violento debe ser desactivado por la parte europea en cooperación con Estados Unidos. En este momento parece ser al revés: Washington tiene la iniciativa. Sin embargo, los jefes de gobierno de Berlín y París han desarrollado mucha diplomacia en las últimas semanas. Incluso se reanimó el Triángulo de Weimar, es decir, consultas entre Alemania, Francia y Polonia. Las iniciativas provendrán de los principales Estados miembros, en coordinación con la Unión Europea. Eso en cuanto al ámbito político.

En cuanto al contenido, lo importante será preparar opciones que reduzcan las tensiones en Europa. Ese es el enfoque político de corto plazo. En el mediano plazo, se apuntará a retomar el control de armamento, incluidas las armas convencionales. Y de ahí se podrá deducir entonces, o no, si volveremos en el largo plazo a la mencionada Declaración de Lisboa, a la seguridad cooperativa e indivisible en Europa.

Por el momento estamos muy lejos de eso. No hay un statu quo estable. Lo que es peor, nos encontramos en medio de una transformación muy insegura. Pero el objetivo de la política de seguridad europea no debe reducirse a observar la seguridad militar clásica. La seguridad también incluye bienestar y seguridad social, así como la dimensión humana, tal como la define la OSCE: pluralismo, derechos humanos y democracia. Esta perspectiva solo existirá si actuamos juntos.

Las contradicciones mencionadas anteriormente difícilmente puedan ser resueltas. Sobre todo, porque hay que satisfacer la necesidad de seguridad. Actualmente no puede preverse que Ucrania se incorpore a la OTAN, las declaraciones de la propia OTAN y de los grandes Estados miembros como Estados Unidos, Francia y Alemania son claras. Pero esta sola respuesta negativa no alcanza, hay que encontrar una positiva. Esto debe ser asumido por todos los Estados involucrados, aunque sea difícil de imaginar en este momento.


Traducción: Carlos Díaz Rocca

Nota: Esta entrevista fue actualizada el 25/2/2022.

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