Entrevista

Entre las luchas feministas y las respuestas conservadoras

Entrevista a Maxine Molyneux


noviembre 2017

La nueva oleada de movimientos feministas sacude al mundo entero. Los reclamos y las luchas de las mujeres generan, sin embargo, una respuesta retrógrada de sectores que critican lo que llaman «ideología de género». En esta entrevista, la socióloga Maxine Molyneux explica en qué consisten las demandas del feminismo contemporáneo, repasa su relación con las corrientes políticas de izquierda, desmenuza las críticas realizadas por sectores religiosos y conservadores, y analiza el papel asumido por los varones en este momento histórico de luchas por la igualdad.

<p>Entre las luchas feministas y las respuestas conservadoras</p>  Entrevista a Maxine Molyneux

¿Cuál es su perspectiva sobre esta nueva ola de feminismo que ha llevado a las mujeres a las calles a reclamar por sus derechos y a plantear cuestiones de género en la agenda pública tal como lo expresan movimientos como «Ni una menos» o «Million Women Rise»?

El feminismo ha adquirido una nueva dinámica con una revitalización de los movimientos de protesta en todo el mundo. Una nueva generación de activistas sale a la calle para pedir el fin de la discriminación social y la violencia contra las mujeres. Además de las grandes manifestaciones contra la violencia de género en América Latina con la campaña Ni Una Menos, la Marcha de las Mujeres en enero de este año y la actual campaña mundial Million Women Rise (Millones de Mujeres se Ponen de Pie), hemos visto protestas callejeras similares en otros lugares, por ejemplo en la India e incluso en Afganistán, después de brutales asesinatos de mujeres. Hace muy poco estuvo la campaña viral Me Too (Yo también), notable por la fuerte reacción de los medios a las acusaciones de abuso sexual y violación contra figuras prominentes, incluidos algunos parlamentarios británicos, actores y el magnate del cine Harvey Weinstein. Sin embargo, no ha pasado inadvertido que Weinstein ha sido despojado de sus honores, mientras que Donald Trump, que se jactaba de agredir sexualmente a las mujeres, no solo ganó la presidencia de los Estados Unidos, sino que, por ahora, ha eludido la censura.

Este momento es significativo por varias razones. Marca una nueva fase en el feminismo, en el que las mujeres jóvenes se enfrentan a los límites de los diversos cambios sociales y legales de las últimas décadas que pensaron que les brindarían iguales oportunidades. Las niñas tienen a menudo un mejor rendimiento que los niños en la escuela y las mujeres se destacan en la universidad; esperan tener sus propios ingresos y ser tratadas con respeto. Pero ven que muchas de las viejas estructuras y actitudes discriminatorias todavía están vigentes, con amplias brechas salariales de género, peores perspectivas de promoción y, en sus casas, todavía realizan la mayor parte del trabajo de cuidado. En la vida cotidiana prevalece el doble estándar en las costumbres sexuales, la cultura popular todavía menosprecia la igualdad femenina, los hombres ocupan los puestos clave de poder y autoridad y sufren pocas sanciones por acoso sexual, incluso por abuso sexual y violencia. No es para sorprenderse que las mujeres estén enojadas. Para las jóvenes feministas, estas protestas son significativas como expresiones de una nueva solidaridad que colectiviza las experiencias negativas que frecuentemente soportan solas y en silencio: una vez que estas cuestiones se identifican como problemas sociales, requieren atención y acción.

En el marco de estas manifestaciones, también se han conseguido nuevos derechos para el movimiento de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales, Queer e Intersexuales (LGBTQI) cuya presencia en las calles ha sido importante. ¿Existe una relación directa entre el feminismo y este movimiento?

Se trata, claramente, de dos movimientos separados, pero desde el comienzo del feminismo de la segunda ola, ha habido algunos puntos de conexión y solidaridad entre feministas y homosexuales, luego activismo LGBTQI. Comparten una oposición común a las normas, leyes y prácticas prescriptivas que derivan de una concepción inmutable de la sexualidad y los roles / relaciones de género a menudo vistos como ordenados por la biología y / o la religión. En cambio, las y los activistas LGBTQI y feministas tienden a ver estas relaciones como influidas poderosamente por las instituciones, las normas y las prácticas sociales, a través, por ejemplo, de las políticas estatales, las leyes, la cultura y la religión. Comparten una crítica de los aspectos discriminatorios y perjudiciales de estas normas, y apoyan las luchas por reformas legales que extienden los principios de los derechos humanos de igualdad y respeto por la diferencia. Esto ha implicado luchas compartidas por el cambio cultural, así como por el cambio legal para eliminar leyes discriminatorias y opresivas, y para proporcionar protecciones adecuadas a quienes las necesitan.

Frente a la nueva ola de batallas feministas, ha aparecido un sector muy crítico que ha condenado lo que denomina como «ideología de género». Se trata de sectores de derecha, muchos de ellos vinculados a los elementos más reaccionarios de la Iglesia Católica y a otros credos, que afirma que el feminismo intenta borrar lo que ellos denominan «características naturales y biológicas» de los seres humanos. ¿Cómo puede el movimiento feminista enfrentar estas reacciones de la derecha que avanza cada vez más en algunos países?

No hay una entidad coherente que se describa como «ideología de género». El término es una amalgama de lo que los opositores a las ideas feministas no aprueban, que abarca los derechos LGBTI (especialmente el matrimonio entre personas del mismo sexo), la igualdad y la autonomía de las mujeres (especialmente sobre sus propios cuerpos / sexualidad). La oposición al término «género» fue inicialmente propagada por el Vaticano, y desplegada como parte de su rechazo a los grandes avances logrados por el feminismo de la segunda ola y el movimiento global de mujeres en el derecho internacional. La aprobación de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer en 1979 y la Plataforma de Beijing después de la Conferencia de Mujeres de Beijing de 1995 fueron hitos en la legislación de la igualdad de la mujer y muchos países de América Latina incorporaron estos marcos en su legislación nacional. Aquellos que hacen campaña contra la llamada «ideología de género» recurren al pensamiento fundamentalista, evocando a menudo la autoridad de las Escrituras para apoyar sus campañas, y buscando promover pánicos morales sobre los supuestos efectos de la igualdad y autonomía de las mujeres, alegando que trae nada menos que descomposición social y decadencia moral. Esta extraña visión del poder destructivo femenino está acompañada por los reclamos de los fundamentalistas de ser los guardianes de la estabilidad social, expresada a través de su apoyo a la familia patriarcal, firmemente basada en el lugar de las mujeres en el hogar como cuidadoras de hombres y niños.

Pero esto no es solo una cuestión de puntos de vista opuestos. El campo de batalla es bien concreto: es el dominio de los derechos humanos. Usted pregunta cuál es la forma de lidiar con esta reacción negativa: mi respuesta es defender los derechos humanos que ya están codificados en la legislación nacional, o hacer campaña para que se instalen y observen. Cuando los evangélicos en Brasil piden que se sancionen leyes para que los psicólogos «traten» a los homosexuales o los gobiernos nieguen la anticoncepción y el aborto a las mujeres, deben ser desafiados como violadores de los principios de los derechos humanos. No digo que la ley sea el único instrumento que se use para resistir estos ataques contra los derechos de las mujeres y de otras personas, pero puede ser muy poderoso. Recuerde que la Corte Suprema de Colombia anuló en 2006 sus severas penas por aborto con el argumento de que violaban los derechos humanos de las mujeres. Este fue el resultado de una exitosa campaña de los defensores de los derechos de las mujeres y sus aliados.

Más allá de estos sectores que combaten las luchas feministas, también hay varones que que se posicionan en favor. ¿Qué lugar tienen estos varones en el feminismo contemporáneo y que rol juegan las llamadas «nuevas masculinidades»?

Hay una imagen mixta que debe ser reconocida. Por un lado, vemos a hombres jóvenes en manifestaciones que apoyan activamente las demandas de las mujeres y que son bienvenidos por hacerlo. Hoy hay más hombres que entienden que existen formas de masculinidad, así como de feminidad, que son autolimitantes, incluso dañinas y disfuncionales, también las formas de hiper-masculinidad brutal asociadas con las pandillas de narcotraficantes, que son una reinscripción de algunas manifestaciones particularmente negativas de la masculinidad.

Durante unas cuatro décadas ha habido grupos de hombres aquí y allá que se han reunido y han debatido las características opresivas y los efectos de los privilegios patriarcales o masculinos: una recuerda el brillante tratamiento que hace Hegel de la relación Maestro-Esclavo, en la que el opresor también es de alguna manera dañado por el poder que ejerce sobre el oprimido.

Este cuestionamiento de la masculinidad por parte de los hombres es completamente positivo porque el género es relacional, tratarlo solo como un problema de mujeres es como aplaudir con una mano. Sin embargo, aunque algunos hombres pueden estar más conscientes de esto y están cambiando de manera positiva, otros lo ven solo como un viaje personal en la autorrealización en lugar de un problema social que los obliga a intentar cambiar las estructuras y los comportamientos y las actitudes que oprimen tanto a hombres como a mujeres y perpetúan el privilegio masculino. Como colectivo, los hombres han sido notoriamente pasivos en este aspecto: han dejado solas a las mujeres en sus luchas. Siempre me sorprende la falta de hombres en las reuniones que discuten los derechos de las mujeres, y como académica veo que pocos hombres leen el trabajo de académicos feministas o los citan, están interesados en la historia feminista o se comprometen seriamente con ideas feministas. Sus lectores pueden pensar que es duro y todos conocemos y apreciamos las muchas excepciones loables, los verdaderos aliados indispensables de las luchas de las mujeres, pero los hombres podrían hacer mucho más de lo que hacen cambiando comportamientos cotidianos como el acoso sexual y la discriminación, impulsando la igualdad de género en sus lugares de trabajo, compartiendo el trabajo doméstico y los cuidados y desafiando la «charla de vestuario».

Otros grupos, no necesariamente vinculados a sectores religiosos, manifiestan que el nuevo feminismo tiene características que denominan «fundamentalistas». Sus posturas se fundamentan en el supuesto de que el feminismo no llega para concretar mayores niveles de igualdad sino para ampliar las «diferencias culturales». ¿De dónde provienen este tipo de ideas? ¿Cómo pueden los mismos sectores del feminismo para trabajar en la modificación de los patrones culturales que llevan a ellas?

Ningún movimiento social, cualquiera sea su gravitación, es una entidad unificada y homogénea; en su mayoría están formados por diferentes tendencias que acuerdan un conjunto de demandas o principios comunes; más allá de eso, cada uno tendrá sus propias prioridades y formas de activismo. No sé exactamente a qué tendencia te refieres con «fundamentalista», pero si te refieres a movimientos separatistas que celebran las virtudes de la feminidad y la diferencia sobre la igualdad, entonces sí, hay algunas corrientes feministas radicales que son críticas de otros feminismos por trabajar con hombres en algunos temas, y prefieren trabajar y vivir solo en espacios de mujeres. Estas son elecciones que los individuos hacen por varias razones y una diversidad de puntos de vista y prioridades puede ser positiva, pero si se convierte en una fuente de fricción y división donde una tendencia busca imponer sus creencias y denigra a otra, eso no es útil para ningún movimiento de base amplia. Dentro de un movimiento debe haber respeto por las diferentes tendencias dentro de un conjunto de principios acordados, y una discusión guiada por la razón, no dogma y división.

Usted está trabajando sobre los diversos feminismos que se desarrollan en América Latina, en particular los casos de Uruguay, Chile y Argentina, teniendo en cuenta las diversas luchas encaradas por las mujeres desde fines del siglo XIX y enroladas en movimientos de izquierda como el anarquismo, el socialismo y el comunismo. ¿Qué diferencias y que puntos convergentes encuentra en las trayectorias feministas de estos países en los que hoy también se vive un nuevo marco de luchas?

Estamos viendo estos tres países primero porque fueron los casos pioneros de América Latina en lo que respecta a los derechos de las mujeres y el activismo, ya que todos ellos tenían movimientos feministas desde fines del siglo XIX. Sus historias, divergentes a partir de la década de 1930, tuvieron consecuencias para los derechos de las mujeres y el activismo que actuó como un legado. En Chile y Uruguay, el feminismo se alió más estrechamente con el socialismo, mientras que en la Argentina, el peronismo tomó un camino diferente, con una relación forjada entre un llamamiento populista a las «virtudes femeninas» y el feminismo socialista / liberal. Nuestra investigación se centra en algunas campañas específicas que continuaron en el ciclo del feminismo de la segunda ola, aproximadamente desde finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, para ver qué condiciones, factores institucionales y políticos, qué aliados y formas de activismo pueden explicar las diferencias en los resultados. Uruguay se destaca por haber logrado avances notables en algunos aspectos, en parte debido a la naturaleza del sistema de partidos, el carácter de la coalición gobernante y las alianzas que se forjaron entre un movimiento feminista muy activo y los legisladores. La ausencia de una fuerte influencia institucional religiosa también fue significativa. Los casos argentino y chileno, con sus relaciones más cercanas con la iglesia católica, han visto un progreso lento en los derechos reproductivos, pero han extendido algunos derechos LGBT. Argentina logró movilizar a las mujeres en torno a ciertos derechos sociales y políticos, y el 'feminismo institucional' de Chile logró avanzar bajo la administración de la Concertación, particularmente bajo el gobierno de Bachelet, en temas clave tales como permitir una amplia difusión de la píldora del día después y hacer más laxa la ley sobre el aborto.

En muchos países de América Latina, todavía no se ha conseguido la despenalización del aborto a pesar de que diversas fuerzas progresistas gobernaron en la región durante los últimos años. ¿A qué se puede atribuir esa situación?

Un aborto es un tema sensible, y lo es aun más en contextos donde ha sido politizado por movimientos y gobiernos de derecha y donde los valores religiosos conservadores y las instituciones son influyentes. Hoy en día, algunas de las leyes más duras persisten en América Latina, por ejemplo en El Salvador, Honduras, Guatemala y Nicaragua, a pesar de la evidencia de que tales leyes hacen poco para disminuir la incidencia del aborto; de hecho, al hacerlo ilegal e inseguro aumentan en gran medida la mortalidad y la morbilidad maternas y pueden dar lugar a grandes injusticias, como en los casos de violación infantil, que conduce al embarazo no deseado de la víctima, sin que se ofrezca ningún remedio; y el encarcelamiento de mujeres jóvenes simplemente por sospechas de haberse practicado un aborto cuando pueden haber sufrido un aborto espontáneo, como en El Salvador. Sin embargo, hay algunas razones para abrigar esperanzas: la despenalización ha avanzado en la agenda internacional, en parte debido a un cambio de actitud, y en América Latina ha habido una publicidad bastante generalizada por algunos casos graves de abuso de estas leyes. La disponibilidad de la píldora de emergencia segura y autoadministrada es un avance, pero también debemos enfocarnos en la prevención de embarazos no deseados, por lo que poner anticonceptivos a disposición de los jóvenes por pedido, como recomienda UNICEF, es un paso importante que están dando algunos países. Ahora hay una mayor aceptación de la necesidad de una educación sexual de buena calidad, eso significa no solo ayudar a los jóvenes a desarrollar una comprensión de la sexualidad sino también de las relaciones basadas en el respeto mutuo. América Latina ha progresado en educación sexual, pero la implementación sigue siendo un problema donde los lobbies conservadores promueven la idea de que la educación sexual fomenta el sexo irresponsable cuando, de hecho, los buenos programas educativos indican lo contrario.


Maxine Molyneux es catedrática de sociología en el University College London (UCL). Fue directora del Instituto de las Américas de la Escuela de Estudios Avanzados de la Universidad de Londres desde 2008. En 2012 fundó el Instituto de las Américas en UCL.

Traducción: Carlos Díaz Rocca

Foto de la entrevistada: Publicada por el Paco Urondo Centro Cultural de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

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