Edición y comunismo: una historia mexicana
marzo 2023
En Edición y comunismo (A Contracorriente, 2020), el historiador Sebastián Rivera Mir reconstruye las relaciones entre marxismo y mundo editorial, focalizándose en la experiencia del comunismo mexicano en las décadas de 1930 y 1940. En esta entrevista, analiza las publicaciones y las editoriales de la izquierda mexicana en una época en que la revolución era el sueño de muchos.
En un minucioso trabajo de investigación, el historiador Sebastián Rivera Mir rastrea las políticas de edición del comunismo mexicano durante las décadas de 1930 y 1940. Su libro Edición y comunismo (A Contracorriente, 2020) arroja luz sobre las prácticas editoriales de los hombres y mujeres que querían hacer de México un país marxista. Con una lectura atenta a los procesos sociales del periodo, desarrolla una investigación en la que no solo se destaca El Machete, el periódico del Partido Comunista Mexicano, sino también una diversidad de publicaciones pequeñas y fugaces que respondieron a las lógicas del comunismo durante épocas de represión. En su libro analiza, además, las formas en que la derecha mexicana respondió a las editoriales comunistas e indaga también en editoriales ligadas a la tradición trotskista en tiempos en los que el líder de la IV Internacional se encontraba exiliado en México.
Doctor en Historia por el Colegio de México y profesor investigador de El Colegio Mexiquense, Sebastián Rivera Mir es una referencia en el campo de los análisis que vinculan el mundo de la edición y el universo de las izquierdas. Es autor del libro Militantes de la izquierda latinoamericana en México, 1920-1934. Prácticas políticas, redes y conspiraciones (El Colegio de México / Secretaría de Relaciones Exteriores, 2018). Además, junto con Aimer Granados, fue coordinador del libro Prácticas editoriales y cultura impresa entre los intelectuales latinoamericanos en el siglo XX (El Colegio Mexiquense / Universidad Autónoma Metropolitana, 2018).
Su libro Edición y comunismo tiene como eje una serie de experiencias editoriales asociadas al Partido Comunista Mexicano (PCM) durante las décadas de 1930 y 1940. En la introducción, menciona dos aspectos sustanciales para su investigación histórica: una asociada a la forma en que los exiliados políticos que llegaban a México en las primeras décadas del siglo XX se vinculaban al mundo de la izquierda y al universo de lo impreso, y otra ligada a las diversas formas en que los propios comunistas mexicanos descubrieron la importancia del trabajo editorial. ¿Cómo se conectan estos dos aspectos y cómo surge su interés de investigación en el área?
Cuando escribí mi tesis sobre exiliados de izquierda que llegaron a México en la década de 1920 y parte de la de 1930, pude constatar que la mayoría de ellos se dedicaban a tareas editoriales y al mundo de lo impreso. Es el caso, por ejemplo, de Luis Víctor Cruz, un destacado miembro del Partido Comunista de Chile, que arribó a México tras ser diputado y que, instalado en el país, desarrolló labores editoriales y tipográficas. Lo mismo sucedió con Julio Antonio Mella, el fundador del Partido Comunista de Cuba, quien tuvo una participación activa en periódicos comunistas, principalmente en El Machete. Y algo similar se verifica con distintos miembros del APRA [Alianza Popular Revolucionaria Americana] residentes en México durante esa época. Lógicamente, me pregunté por qué estaba sucediendo eso, sobre todo teniendo en cuenta que en aquellos años el panorama del marxismo en México estaba en plena formación. Conviene recordar que, a diferencia de países como Argentina, en México el marxismo aún no había penetrado con fuerza y eso era visible en la escasez de publicaciones –apenas había una decena–. Sin embargo, a pesar de esa precariedad, la década de 1920 es aquella en la que los comunistas están constatando que lo impreso constituye una herramienta fundamental para la difusión de sus ideas. De hecho, esto es algo que queda claro cuando observamos la famosa fotografía de Tina Modotti en la que varios campesinos se encuentran reunidos leyendo colectivamente El Machete, el órgano del PCM. Algo interesante es que años después, en 1940, encontraremos representaciones en las que se muestra la biblioteca de la Unión de Obreros de las Artes Gráficas, donde se puede observar a obreros y a empleados leyendo en silencio en un espacio común. Esta idea refleja la vocación comunista por la lectura, a la vez que una determinada idea de la educación obrera y campesina. Mi intención era investigar ese proceso. Y al hacerlo, encontré una variedad de publicaciones comunistas que creí que valía la pena analizar y repensar.
Durante su primera etapa, los comunistas mexicanos no solo editaron literatura propiamente marxista-leninista, sino que, al igual que en otros países, publicaron también textos pertenecientes a otras tradiciones de izquierda. ¿Cuál fue la razón de esa hibridez inicial y qué tradiciones políticas pesaron más a la hora de desarrollar impresos?
En principio, debemos decir que en México existía, al momento de la fundación del PCM en 1919, una corriente con un fuerte peso en la izquierda. Me refiero al anarcosindicalismo. Esa corriente política había sido, de hecho, más importante que la del socialismo clásico. Pero en el fondo, esa hibridez inicial se vincula con la pregunta por el verdadero significado de la Revolución Mexicana y con las condiciones políticas que va a vivir el país después de 1920, cuando empieza a producirse el desarrollo del comunismo como corriente política. En aquel momento, México, al igual que la Unión Soviética, estaba siendo perseguido y condenado en la arena internacional. Estados Unidos, de hecho, acusaba a México de seguir un rumbo bolchevique. Los periódicos de la derecha republicana estadounidense afirmaban, de modo directo, que Álvaro Obregón (presidente entre 1920 y 1924) y Plutarco Elías Calles (presidente entre 1924 y 1928) eran bolcheviques. Esto generó que, en diversos sectores de izquierda, se comenzara a razonar de la siguiente manera: «Estamos siendo cuestionados. Estados Unidos dice que somos bolcheviques. Entonces veamos que es todo esto del bolchevismo, del socialismo». Ese razonamiento no alcanza, claro, a las esferas gubernamentales, pero sí a una buena cantidad de hombres y mujeres y a un cúmulo de militantes obreros que están comenzando a darse una organización política. Y en ese proceso, la raíz anarquista pesa de manera considerable. Esto explica el hecho de que las primeras organizaciones obreras desarrolladas por los comunistas estuvieran en estrecha relación con los sectores anarquistas. Y explica también por qué el catálogo de folletos del Partido Comunista no solo tenía, durante la década de 1920, textos de Marx, Engels y Lenin, sino literatura abiertamente anarquista. Incluso cuando los anarquistas ya habían roto con la Unión Soviética ese proceso tiene cierta permanencia y da lugar a una relación ciertamente extraña hasta la ruptura definitiva entre ambas corrientes.
En los primeros capítulos del libro se analiza la forma en que las publicaciones comunistas florecen precisamente en el periodo en que el comunismo es fuertemente reprimido por el gobierno del llamado Maximato (que se extiende desde 1928 hasta 1934 y que tiene como principal figura política al presidente Emilio Portes Gil). Pero lejos de centrarse exclusivamente en El Machete, el órgano oficial del PCM, elige analizar la aparición de una serie de periódicos y revistas, como Espartaco, El Rielero, Defensa Proletaria, Bandera Roja, El Mauser, El Preso Social. ¿Por qué escoge esos periódicos y esas revistas y cuál es la importancia que tienen en ese momento histórico?
Los periodos de represión generan una cantidad de decomisos que hacen que los archivos de los partidos pasen a manos gubernamentales. Eso hace posible el acceso, en tanto los ejemplares de numerosas publicaciones se conservan en archivos estatales. Pero además había otra cuestión y era que El Machete ya había sido muy estudiado. Su historia es más o menos conocida y tiene una continuidad en el tiempo. Estos otros periódicos eran, en cambio, productos de la época, de ese periodo represivo, por lo que podían ayudar a comprender mejor tanto las actividades comunistas como el propio proceso de represión. Así que me dije: ¿qué pasaría si, en lugar de rastrear El Machete, siguiera las otras publicaciones, esas revistas y folletos pequeños que se hacían en la base o que respondían a ramas diversas de la estructura comunista? ¿Qué pasaría si fuera a los archivos a buscar todas esas publicaciones que estaban siendo desarrolladas por comunistas que recién empezaban, que estaban en un periodo de práctica y aprendizaje? Lo que descubrí en ese camino es una diversidad impresionante de revistas y periódicos, que no respondían tanto a la vocación centralizada del partido como a un proceso de descentralización generado por la represión estatal contra los comunistas. La mayor parte de esas publicaciones respondían a problemas locales o sectoriales de los comunistas. Para la militancia, cada una de esas publicaciones tenía un valor inestimable: había que leerlas, guardarlas, atesorarlas y difundirlas, en tanto representaban la lucha de los marxistas mexicanos contra situaciones concretas de ese momento histórico.
Este proceso de explosión de publicaciones comunistas se verifica, por ejemplo, entre los trabajadores organizados de la zona de La Laguna, productora de algodón. También se dieron procesos similares en Tampico, una zona portuaria, y en El Paso/Ciudad Juárez, una zona fronteriza con Estados Unidos. Es interesante, sin embargo, verificar la forma que este proceso tuvo en los famosos mercados populares de México. Los comunistas vieron en esos mercados un espacio en el que podían difundir y vender su prensa, su literatura. Pero los mercados no eran, en absoluto, un espacio sencillo, en tanto ya tenían su estructura organizativa y su sindicato representativo. Al principio, los comunistas entraron en conflicto con esos sindicatos, pero cuando se desató la persecución policial contra los miembros del PCM, comenzaron a defenderlos. Este proceso de solidaridad llegó al punto de que muchas de las organizaciones sindicales de los mercados derivaron en el comunismo militante, lo que habilitó un claro crecimiento posterior de las estructuras partidarias.
En todo este proceso hay, además, dos puntos destacables. Por un lado, el hecho de que las publicaciones vivieran un periodo de auge derivó en un salto de calidad técnica, en tanto se produjo una transición de los pequeños boletines mimeografiados –que había que leer con agua por la mala calidad de la tinta– a publicaciones técnicamente más avanzadas. Por otro lado, las publicaciones les otorgaron a muchos militantes una herramienta no solo para difundir las luchas comunistas, sino también para sobrevivir. Este es un asunto de suma importancia, dado que los comunistas no solo estaban realizando publicaciones para fortalecerse ideológicamente, sino también para conseguir ingresos que les permitieran seguir militando y desarrollando la organización política.
Usted se refiere a un proceso de descentralización de las actividades del Partido Comunista durante el período represivo. Lo extraño es que ese proceso se produce precisamente en el momento en que el partido decide, teóricamente, abroquelarse y, claro, volverse más sectario, en la medida en que comienza a seguir la política de «clase contra clase» que marcaba la línea soviética del Tercer Período…
Efectivamente, el PCM adscribe a la política de «clase contra clase» del Tercer Período, tal como lo marca la línea soviética. El problema es que el propio partido no tiene la capacidad orgánica de desarrollar esa línea, en parte por la carencia de militantes y por el contexto represivo que vive el comunismo mexicano. Lo que sucede, en tal sentido, es un cuestionamiento desde las bases a lo que está intentando hacer la dirección partidaria. En ese mismo contexto, se produce, además, otro fenómeno importante: el del descubrimiento, por parte de los comunistas, de las potencialidades que les otorga el concepto de solidaridad. Esto es algo que Adriana Petra trabaja en su libro Intelectuales y cultura comunista, dedicado específicamente al comunismo argentino, pero que es muy visible también en el caso de México. En un contexto en el que los comunistas están siendo perseguidos, otras fuerzas sociales, que serán nítidamente anticomunistas antes y después del periodo cardenista, les dan su apoyo solidario. Así, es posible encontrar a comunistas que desarrollan sus publicaciones locales recibiendo el respaldo de organizaciones que, de no haber mediado un escenario represivo, no los hubiesen apoyado. Es el caso, por ejemplo, de sectores obreros asociados al anarcosindicalismo. Ellos plantean de modo tajante: «no somos comunistas, pero en este momento en el que los compañeros están siendo perseguidos, nuestro deber es apoyarlos». Ese apoyo no es solo declamativo, sino que se expresa en sostén financiero, en el pago de cuotas para el funcionamiento de organizaciones como el Socorro Rojo Internacional o para la impresión de publicaciones y folletería comunista, así como para luchar por la liberación de miembros del PCM que están en prisión. Por lo tanto, si bien por arriba la definición ideológica es de mucho sectarismo hacia el resto de la izquierda, el proceso por abajo es muy diferente. Es el del enfrentamiento de la represión con prácticas descentralizadas y el de la conformación de redes de base que son muy distintas de lo que uno imaginaría que se estaría dando en el comunismo si leyéramos la historia desde la perspectiva de la Internacional Comunista.
Cuando aborda el proceso de explosión de esas publicaciones, hace mención también a los procesos editoriales e intelectuales que se producen desde la dirección, comparándolos y contrastándolos. ¿Ese es el caso de la Liga de Artistas y Escritores Revolucionarios (LEAR)?
Sí. El de la LEAR es un caso distinto del de las publicaciones que se desarrollan como producto de la descentralización real consecuencia de la represión a las actividades militantes del comunismo. La LEAR es un organismo más amplio que sí se está produciendo por una decisión política «desde arriba». La Liga comienza, de hecho, con una política bastante sectaria, y su publicación, titulada Frente a Frente, tiene un cariz muy vinculado a la idea de «clase contra clase» propia del Tercer Periodo. En tal sentido, organismos como la LEAR tienen menos vitalidad en el periodo represivo que aquellas que surgen desde la propia base, que las publicaciones comunistas locales que se venden en los mercados. Ahí es donde uno encuentra la diversidad.
Durante el periodo represivo se produce otra relación importante entre el comunismo y el mundo de lo impreso cuando el general Francisco Múgica, director del penal de las Islas Marías, habilita que los reclusos comunistas dispongan de la biblioteca carcelaria. Usted comenta cómo Rosendo Gómez Lorenzo, entonces director de El Machete, aprovecha esa situación para dar lugar a un proceso de lecturas colectivas en la cárcel…
Así es. Cuando el Partido Comunista es perseguido a principios de la década de 1930, muchos de sus militantes pasan por las Islas Marías. Es un periodo duro, en tanto la represión provoca una merma en la militancia. En ese contexto, el PCM pasa de tener unos 2.500 militantes a tener unos 300 cuando finaliza el periodo represivo en 1934. La mayoría de los militantes que quedan han pasado por las Islas Marías y han tenido, tal como dices, una experiencia muy particular. Y es que, en esa cárcel, efectivamente, estaba Francisco José Múgica.
Múgica, que fue general y lugarteniente de Venustiano Carranza y Álvaro Obregón y que luego sería ministro de Lázaro Cárdenas, piensa que los comunistas no han hecho nada malo y que ser comunista no tiene nada de condenable. De hecho, no entiende demasiado bien por qué están todos esos militantes encerrados en las Islas Marías. Algo que, por cierto, tampoco sabe muy bien en relación sobre él mismo. Fue enviado a dirigir ese penal como una forma de castigo por su oposición al gobierno. Y ya allí les permite a todos esos militantes acceder a la biblioteca del penal.
Rosendo Gómez Lorenzo, el director del periódico comunista El Machete, estaba en las Islas Marías y vio la posibilidad de usufructuar esa posibilidad que otorga Múgica. Como en las Islas Marías había muchos militantes recién iniciados –no eran los grandes cuadros, muchos de los cuales estaban en libertad, en tanto el intento represivo del gobierno era desalentar los comienzos en la militancia–, Gómez Lorenzo los organiza. Entre esos jóvenes que se organizan para la lectura y el estudio estaba, por ejemplo, un jovencísimo José Revueltas, el famoso escritor y ensayista. Lo que tenían en común era que casi ninguno de ellos había tenido libros. Cuando uno revisa las biografías de la gran mayoría de los militantes que se encuentran en Islas Marías, constata frases como: «yo tenía un libro cuya lectura era muy intensiva. Un libro que había leído yo, se lo había pasado a un compañero y este compañero a otro y así sucesivamente». Eran militantes que habían leído un libro y que lo habían compartido, que lo habían marcado hasta el cansancio, pero que no se habían conectado con más textos. Y en las Islas Marías, en cambio, se enfrentan con una biblioteca. Y aunque esa biblioteca tiene un acervo limitado, para ellos es mucho más de lo que han tenido. Es la primera oportunidad de esos militantes de leer de manera extensiva cuatro, cinco, diez, doce libros. En esa época no existía una edición mexicana del Manifiesto comunista, por ejemplo. Solo habían sido publicados extractos en El Machete. Y en la biblioteca de las Islas Marías había una edición extranjera en español. Toda esta situación les permite a estos militantes, provenientes de las clases populares, acceder a algo a lo que antes no habían podido.
A los desarrollos editoriales propios de la descentralización comunista durante el periodo represivo y a la formación militante de muchos comunistas en las Islas Marías se suma una apuesta por el «periódico mural». ¿Qué eran los periódicos murales y por qué fueron importantes para el comunismo mexicano en ese momento?
El periódico mural era una suerte de afiche o de póster en el que se podían leer noticias de diverso tipo y que era muy utilizado en las escuelas –la Secretaría de Educación Pública (SEP) enviaba a los diversos colegios un diario mural–. Hablamos de un contexto en el que la lectura colectiva aún tenía un peso importante, a punto tal que existía la idea de que alguien debía leer en voz alta para que el resto siguiera la conversación o la lectura. Y el diario mural ofrecía esas posibilidades. Los comunistas vieron en el periódico mural una buena estrategia para llegar a las masas. Como tenían artistas de primer orden, como David Siqueiros o Leopoldo Méndez, así como a los grandes grabadores del Taller de Gráfica Popular, consiguieron hacer unos diarios murales estéticamente maravillosos. La estrategia tuvo como base la consideración de que, en tanto la lectura individual todavía no estaba fuertemente asentada, había que apostar por la lectura colectiva y comunitaria. Esa lectura ofrecía, además, la posibilidad de debatir, reflexionar y dialogar sobre lo leído en conjunto. Colocar el diario mural a la salida de un sindicato otorgaba, por ejemplo, la posibilidad de llegar a un conjunto de obreros. Como era muy barato, tampoco tenían problemas si era arrancado. Simplemente colocaban otro. En un escenario represivo, el diario mural se tornó fundamental, en tanto los militantes evitaban el problema de llevar una revista o un diario encima, lo cual podría traerles complicaciones. A diferencia de la revista, el diario mural quedaba pegado, nadie era pasible de ser sancionado si no era encontrado en el momento de la pegatina. Simplemente se colocaba en la pared o en el vagón de un tren y ahí quedaba. Era una forma de burlar la represión, de difundir de manera muy barata y de propiciar la lectura colectiva. Y todo esto era lo que quería hacer el Partido Comunista.
Luego de la etapa represiva del Maximato, la situación de los comunistas cambia radicalmente, sobre todo a partir de su colaboración con el gobierno de Lázaro Cárdenas. En ese marco se verifica el desarrollo de una serie de proyectos editoriales comunistas entre los que se encuentra Ediciones Frente Cultural. ¿En qué consistía esa editorial y por qué usted la considera clave para comprender la relación entre la cultura marxista del PCM y el mundo de lo impreso?
Ediciones Frente Cultural es, probablemente, el mejor ejemplo del tránsito editorial que se va a producir entre 1933 y 1939. Se trata de una editorial que usufructúa las innovaciones técnicas que están llegando durante el cardenismo, innovaciones que permiten producir más y mejores libros y que, además, permiten hacerlo barato y aceleradamente. No hay que olvidar que es un contexto en el que cambia la tecnología con que se producen los libros, cambian el papel y su distribución, cambian los trabajadores –que se profesionalizan–, cambian las generaciones que trabajan en las artes gráficas y cambian también los actores, dado que la mujer se integra al mundo editorial. Enrique Navarro, el editor de Ediciones Frente Cultural, aprovecha esas innovaciones y las pone a disposición de su proyecto. Navarro ya era dueño de una librería que llevaba su nombre y que, en el ambiente de la izquierda, era reconocida como un espacio bastante ecléctico, dado que ofrecía tanto literatura anarquista como socialista. Era, de hecho, una fuente de consulta permanente para aquellos que buscaban textos de carácter social de distinto orden. Cuando su hermano Daniel se hace militante del Partido Comunista, Navarro, que ya había fundado su editorial, buscó establecer relaciones y nexos con la Internacional Comunista. Y lo consiguió, a punto tal que su editorial logra transformarse en la de la Internacional Comunista en México. Primero publicó textos que llegaban desde España prácticamente hechos, a los que solo debía hacerles la portada en México. En lugar de apelar a los portadistas tradicionales, Navarro contrató a un joven de unos 17 años que era experto en historietas y se llamaba José Guadalupe Cruz. Sus portadas, muy llamativas estéticamente, le dieron a Ediciones Frente Cultural un impacto inmediato, mucho mayor al de otras publicaciones comunistas. En algunos casos, Cruz creaba esas portadas y, en otros, intervenía aquellas que ya llegaban desde España. Sus intervenciones sobre imágenes de Lenin y Marx se convirtieron, de hecho, en una seña de identidad de la casa editora. En un principio, esta editorial publicaba textos de unas 20 o 30 páginas –algo que nosotros consideraríamos como folletos, aunque ellos los llamaran libros–, pero a medida que fueron alcanzando cierto éxito, comenzaron a tecnificar y a aumentar su proceso de producción, a punto tal que acabaron haciendo libros de 400 o 500 páginas, lo que constituyó todo un salto tecnológico para una empresa de este tipo. Pasaron de imprimir libros grapados que llegaban prácticamente hechos desde Europa a desarrollar sus propios materiales, sus propias encuadernaciones y sus propias introducciones y prólogos. Pero el salto no se produjo solo en este sentido, sino también en la capacidad política de Ediciones Frente Cultural. Si al principio publicaban textos muy básicos y sencillos, finalmente editarían textos de Marx y de Engels que los llevarían a desafíos importantes en su manufacturación. Ediciones Frente Cultural es la primera editorial latinoamericana en publicar de modo íntegro El capital. Según las cifras del propio Enrique Navarro, llegaron a producir un millón de ejemplares. Esos números, para una editorial pequeña fundada en un bodegón, son realmente extraordinarios. Y dan una muestra del salto cualitativo del comunismo en ese periodo.
Esta editorial se complementa con otra que usted menciona en el libro. Me refiero a Editorial Popular, una casa editora del PCM que desarrolla teóricamente la política de «unidad a toda costa», la línea política del partido para integrarse en el cardenismo bajo la nueva lógica de los «frentes populares». Usted dice que la editorial, cuyos libros se venden a precios muy económicos, es la expresión de una «unidad a bajo costo». ¿Cómo se desarrolló Editorial Popular y qué vínculos tuvo con el resto de las casas editoras del universo comunista?
Creo que es fundamental entender que las editoriales comunistas estaban trabajando en red. Ediciones Frente Cultural, Editorial Popular, Ediciones Sociales, Ediciones Lenin trabajan dentro de una red en la que se distribuyen los espacios laborales y el objetivo político. Si Ediciones Frente Cultural tenía una lógica de formación ideológica con la idea de lanzar teoría para fortalecer los procesos políticos, Editorial Popular se dedicaba fundamentalmente a publicar los documentos internos y los discursos de los principales dirigentes del partido. En el catálogo de Editorial Popular se destacan los discursos de Hernán Laborde –el entonces secretario general del Partido Comunista–, los libros con directrices del PCM y algunos materiales con las posiciones internacionales del comunismo. En el desarrollo de Editorial Popular, no es nada menor la relación con Alexander Trachtenberg, el director de publicaciones del Partido Comunista de Estados Unidos. Los mexicanos querían hacer libros de política interna para entregar gratuitamente a la militancia –eran libros que difícilmente pudieran entregarle a alguien más, dado que estaban muy imbuidos de cuestiones propias del partido–, pero Trachtenberg es quien afirma que deben venderlos. Su argumento era que si los libros se regalaban, imperaría el «pensamiento pequeñoburgués» según el cual «cuando algo se regala es porque no tiene valor». Trachtenberg es también importante para entender el contenido de la editorial. Es él quien les plantea a sus camaradas mexicanos que esta nueva casa editora debe seguir la nueva política del comunismo mexicano de apoyar al gobierno de Cárdenas. La política de «unidad a toda costa», que el comunismo mexicano sostiene durante el periodo de Cárdenas, se sustenta, de hecho, en la idea de que el cardenismo es una especie de frente popular y que, en tanto la política de la Internacional Comunista es ahora la de seguir a los frentes populares, el Partido Comunista debería sentirse parte de ese espacio.
La política de «unidad a toda costa», que los comunistas lanzan con fuerza, se relaciona también y fundamentalmente con los conflictos que empiezan a surgir en las organizaciones obreras. El PCM había impactado de manera amplia y positiva en la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y tiene, en aquel contexto, la posibilidad de dirigirla. Pero el sector anticomunista de la central sindical impugna esa posibilidad. Y el PCM, para no quebrar la unidad, renuncia a dirigir la central obrera y acepta la dirección anticomunista durante el cardenismo siguiendo el principio de sostener la «unidad a toda costa». En años complejos, de la Guerra Civil española, de procesos de enfrentamiento contra el fascismo, el comunismo mexicano decide apostar, bajo la lógica de los «frentes populares», al cardenismo en su conjunto. Y las decisiones de ese periodo, las decisiones tendientes a apoyar esa unidad a toda costa, van a ser «vendidas a bajo costo» a través de Editorial Popular.
Cuando pensamos en todos estos desarrollos editoriales del comunismo –y utilizo la categoría «comunismo» para referirme al espacio partidario orgánico–, no podemos obviar la presencia de otras tradiciones de izquierda que también se reclaman comunistas. Me refiero, fundamentalmente, al trotskismo, cuyo líder se encontraba, de hecho, exiliado en México. ¿Cómo afecta al PCM y a sus proyectos editoriales esa presencia? ¿Qué tipo de contrapuntos se producen con él líder de la llamada Oposición de Izquierda?
Este es un aspecto muy interesante para pensar la relación del Partido Comunista y sus procesos editoriales porque, a diferencia de lo que pueda creerse a priori, hay una renuencia del Partido Comunista Mexicano de enfrentarse clara y nítidamente a León Trotski. Por supuesto, los comunistas mexicanos siguen la línea internacional soviética del antitrotskismo, pero, a la vez, ya en tiempos de Cárdenas, siguen la lógica de los frentes populares. Y, en ese contexto, enfrentarse directamente a Trotski implicaba enfrentarse a Cárdenas, que es quien le ha dado la posibilidad a Trotski de asentarse en el país y que es, en buena medida, quien lo ha sostenido allí. La política de «unidad a toda costa» hace que los comunistas no tengan la menor intención de discutir con el cardenismo, por lo que les resulta difícil seguir la ecuación lógica que se derivaría de su posicionamiento ideológico y político internacional. Una ecuación que podría resumirse en esta frase: «llegó Trotski, está aquí en México y lo rechazamos». De hecho, quien más vocifera en contra de Trotski es Vicente Lombardo Toledano, el líder sindical marxista que sigue la política de la Unión Soviética, a la vez que dirige la Confederación de Trabajadores de México. Lombardo Toledano era un personaje peculiar: pese a admirar el proceso soviético, era fuertemente anticomunista en México, haciendo críticas muy fuertes al PCM. Si rastreamos en las publicaciones, es muy evidente que es en Futuro, la revista fundada y dirigida por Lombardo Toledano, donde se encuentran la mayor cantidad de artículos contra Trotski. Ahora bien, la escasa intención del PCM de enfrentarse directamente a Trotski, en virtud de su política de «unidad a toda costa», va a tener sus complejidades, en tanto la Internacional Comunista le va a reprochar a Hernán Laborde y al resto de la dirección del partido el no estar suficientemente comprometidos con las actividades antitrotskistas. Pero el PCM no ve a Trotski como un actor excesivamente amenazante, como sí lo ven Lombardo Toledano y la propia Internacional Comunista.
La renuencia a discutir directamente con Trotski no interfiere, y usted lo expresa claramente en el libro, en el debate con Editorial América, de Rodrigo García Treviño, un hombre a quien define como «trotskista y aprista a medias». Su editorial se desarrolla entre 1936 y 1940 y en su libro es sindicada como aquella que intenta disputar con las que pertenecen al Partido Comunista. ¿Cómo se produce este proceso de confrontación y qué tipo de materiales publicaba la casa editora de Rodrigo García Treviño?
Claramente los comunistas prefieren discutir con García Treviño que es, sin dudas, la representación trotskista de la edición. En tal sentido, el principal enemigo en ese campo ya no será el propio Trotski, sino ese editor. Esto es, en algún sentido, paradójico, en tanto García Treviño tampoco tiene realmente una relación sostenida con Trotski, sino que se pelean y van y vuelven en un proceso permanente. Pero él asume claramente parte de la identidad trotskista.
Lo cierto es que la Editorial América, de García Treviño, se plantea como la principal competencia a las casas editoras asociadas al Partido Comunista. García Treviño era un hombre que había pasado por las filas del PCM y había salido desencantado, haciendo críticas al autoritarismo y a las lógicas estalinistas. Además, en aquel contexto era uno de los principales directivos de la CTM y estaba unido al sector anticomunista, manteniendo relaciones con Lombardo Toledano. Pero su anticomunismo no opacaba el hecho de que él es en sí mismo era marxista –y uno, por cierto, muy bien formado–. Lo que estaba disputando García Treviño a través de la Editorial América era la representación del marxismo en México. Eso explica el hecho de que publicara a Marx y a Engels, a socialistas como August Bebel, a autores como Gueorgui Plejánov o a consejistas como Anton Pannekoek. García Treviño, sin embargo, no se detuvo allí. Su editorial también publicaba textos de comunistas que eran prosoviéticos, pero lo que hacía era cambiar el final a los libros. Muchos textos de comunistas franceses, por ejemplo, terminaban diciendo que el camino a seguir era el de la Internacional Comunista. ¿Y qué hacía García Treviño? Lo modificaba, colocando frases como «el camino es la utopía» o «el camino es el socialismo». En definitiva, hacía pequeñas modificaciones intentando que el sentido de los libros no llevara hacia la Internacional Comunista y a las posiciones soviéticas, sino a su propia posición.
Algo igualmente paradójico sucede con la publicación que hace de Educación y lucha de clases, el libro del comunista argentino Aníbal Ponce. Se trata de un libro que sigue la línea soviética típica del Tercer Periodo y García Treviño, que se opone a ella, lo publica de todas maneras. La razón es que ese libro está fundamentalmente en contra de todo lo que está haciendo el gobierno de Cárdenas –al que García Treviño se opone con vehemencia– y, sobre todo, al proyecto cardenista de la Educación Socialista, que es una educación que se realiza íntegramente desde el Estado. Lo curioso es que son los mismos maestros de la educación cardenista los que compran el libro y lo convierten en un best seller.
El caso de García Treviño es particularmente interesante porque plantea una editorial con una mirada más heterodoxa del marxismo, pero ese proyecto no está solo fundado en la vocación de construir ese marxismo heterodoxo, sino también en quitarles espacio a las publicaciones comunistas. García Treviño, por ejemplo, sigue a los apristas en la medida en que estos hacen una crítica a la idea de Frente Popular en México. Cuando los apristas llegan a México, sostienen que el de Cárdenas es un gobierno que va en vías a ser autoritario. Y García Treviño les da la razón.
Todo este proceso editorial que usted relata y que sucede fundamentalmente en la década de 1930 se ve finalmente afectado por el final del gobierno de Cárdenas y el paso de los comunistas a la oposición política. ¿Qué sucedió tras esta explosión editorial del marxismo y cómo fue vivida por el Partido Comunista tras su salida del gobierno? ¿Qué quedó de ese proceso en términos más generales asociados a la difusión de las ideas marxistas?
Para el Partido Comunista, 1940 fue un año traumático. No solo debió recomponer sus relaciones con un nuevo gobierno, de tendencia derechista, sino que perdió un tercio de sus militantes. Ese mismo año, además, se acabó el proyecto de Editorial Popular y Ediciones Frente Cultural perdió su relación con la Internacional Comunista. En términos editoriales, el proyecto comunista quedó trunco. Sin embargo, es posible también tener otra mirada. Si observamos todo el desarrollo de las publicaciones comunistas en la década de 1930, vemos que su crecimiento explosivo derivó en la instalación del marxismo como una corriente ideológica fuerte e importante en el país. Son esos desarrollos editoriales los que permitieron que, tiempo después, México se transformara en el principal difusor de esas ideas en América Latina. Ya no será, es cierto, a partir de editoriales propiamente comunistas, pero los comunistas habrán aportado las bases para ese proceso. Con Fondo de Cultura Económica principalmente, pero también con otras casas editoriales como EDIAPSA, el marxismo, como línea central de la izquierda, se va a expresar muy nítidamente en las décadas siguientes. En tal sentido, México se va a transformar así en un país clave para la intelectualidad de izquierdas –no solo para la comunista– y el marxismo se va a convertir en una base sustancial para ello. Los textos van a estar disponibles y no va a suceder lo que ocurrió en otros países con las confiscaciones y censuras por parte de las dictaduras. Por eso, cuando revisito esos periódicos y esos libros de la década de 1930, que es lo que me ocupa en Edición y comunismo, los veo como fundamentales. Fueron ellos los que pusieron al marxismo como una corriente ideológica de primer orden en México y los que atrajeron toda una lectura posterior. Y eso no es poco, ¿no?