Gabriel Boric o las peripecias de los hijos de la transición chilena
Nueva Sociedad 305 / Mayo - Junio 2023
La derrota del texto constitucional en el referéndum chileno selló el fin del gobierno de Gabriel Boric tal como fue inicialmente concebido. Al mismo tiempo, la agenda que debe gestionar –economía y seguridad– resulta incómoda para la izquierda y ajena a la del estallido de 2019. Esto explica varios cambios internos en el gobierno, obligado a la incorporación de sectores más moderados.
A un año de haber asumido el gobierno, las cosas no han salido como la joven izquierda chilena habría querido. Es cierto que se encontraron en el poder de forma más o menos casual. En su elenco nuclear, se trata de una generación nacida en el ocaso de la dictadura de Augusto Pinochet, que adquiere conciencia política en las movilizaciones estudiantiles de 2011. Una generación con experiencia en asambleas universitarias, pero quizás muy verde para el arte de gobernar, enamorada de sus convicciones justicieras, pero quizás imberbe para la sutil y compleja tarea de conducir el Estado. Parafraseando al joven político español Íñigo Errejón: buena para asaltar el Palacio, pero no tanto para recoger la basura al día siguiente1. No obstante, al menos se estaba preparando: en 2013, con veintitantos años, sus figuras más emblemáticas –entre ellas, el actual presidente Gabriel Boric– lograron un escaño en la Cámara de Diputados. En 2017, montaron una pequeña coalición: la llamaron Frente Amplio. Levantaron una candidatura presidencial que alcanzó el tercer puesto2 y lograron nada menos que un senador y 20 diputados. Luego vino el llamado «estallido social» de 2019, cuando la clase política que protagonizó la transición fue sentada en el banquillo de los acusados. El Frente Amplio tuvo una posición ambigua: por un lado, confirmó con satisfacción su diagnóstico ideológico sobre el derrumbe del neoliberalismo y la necesidad de transformaciones profundas al modelo chileno; por el otro, tuvo que admitir que la ruta institucional era más lenta y burocrática que el desborde.
A río revuelto, se le abrió una ventana de oportunidad. La vieja centroizquierda, esa verdadera cultura llamada Concertación, fue incapaz de ofrecer relato o resistencia. A diferencia del Partido Socialista Obrero Español (psoe), que pudo contener a tiempo el juvenil embate de Podemos, en el lejano Chile los hijos derrotaron a los padres. La vieja centroderecha en el poder también se quedó perpleja y sucumbió ante el avance de una extrema derecha tan autoritaria, nacionalista y conservadora como la de antes, recargada con esteroides populistas. En este vacío de conducción política, el joven diputado Boric, que había cumplido recién la edad legal para postular a La Moneda y hacía todo lo estéticamente posible por aferrarse a la juventud, fue invitado a participar como sparring en una primaria frente al favorito de la izquierda, el alcalde comunista Daniel Jadue. Para sorpresa de todos, le ganó. Y así, la generación que estaba esperando unos años para madurar y construir músculo político, intelectual, mediático y económico –todos recursos indispensables para tener éxito en el poder– se encontró disputando el balotaje contra José Antonio Kast, conectado con las nuevas extremas derechas emergentes como la de Jair Bolsonaro en Brasil o Vox en España. Con una participación electoral histórica, el candidato improbable Gabriel Boric Font venció con 55% de las preferencias. No ganó porque despertara la confianza de las grandes mayorías, sino porque muchos, especialmente jóvenes y mujeres3, percibieron que Kast representaba un retroceso político y cultural inaceptable.
Como todo ganador, Boric también tuvo su luna de miel. Por semanas, hubo algo así como una «Boricmanía»4. Parafraseando a León Gieco, Chile tenía al fin un presidente joven, que ama la vida y que enfrenta la muerte, que no había tenido la experiencia de mentir ni de robar. Los medios internacionales se dejaron seducir por el fenómeno de un treintañero todavía con aire a dirigente estudiantil, tatuado y barbudo, que citaba poesía en sus discursos y recordaba a esos rebeldes socialistas sesenteros que no se sometían a la dictadura de la realidad, pero que a la vez irradiaba una esperanza no beligerante, un compromiso libertario que no comulga con los autoritarismos indefendibles de la región, como Cuba, Nicaragua y Venezuela. La revista Time lo llevó en portada con el titular «La nueva guardia», encargada de conducir a Chile a través de un «histórico momento de cambios»5, en alusión al proceso constituyente que se puso en marcha tras el ciclo de protestas de 2019. La foto en que aparece tomando cerveza junto al primer ministro canadiense Justin Trudeau en la penumbra de un bar quedará en los anales de lo más cool que ha hecho un presidente chileno en el exterior (en especial, si se lo compara con su antecesor Sebastián Piñera, que solía avergonzar a sus compatriotas en los encuentros con dignatarios internacionales). Si Trudeau fue noticia en 2015 al presentar un gabinete con paridad de género, Boric lo superó: su primer gabinete tuvo 14 mujeres y 10 hombres. Cumplía así la promesa –al menos estética– de conformar un «gobierno feminista». Pero además era un gabinete diverso, colorido, fresco, en las antípodas de la foto empresarial del gabinete de Piñera. Al centro, en el sagrado equipo político, Boric instaló a sus compañeros de generación: Izkia Siches (37) en Interior, Giorgio Jackson (36) para conducir las relaciones con el Congreso, Camila Vallejo (33) en la Vocería. No quedaban dudas: se inauguraba una nueva era, liderada por los hijos de la transición, críticos de la facilidad con que sus padres se acomodaron al legado neoliberal de Pinochet y seguros de estar cambiando el rumbo del país. Con una carrera meteórica, la patrulla de Boric se convertía en el equivalente político de la Generación Dorada de Alexis, Vidal, Bravo y Medel en el fútbol chileno.
Pero el hype duró poco. Algunos meses antes de la elección, a mediados de 2021, ya era notorio que el clima político estaba cambiando en Chile. Un año y medio de pandemia enfrió los anhelos refundacionales del estallido social y volvieron dos temas mucho más prosaicos: economía y orden público. Por el lado de la economía, bajo crecimiento, pérdida del empleo e inflación al alza. Por el lado del orden público, una creciente demanda de «mano dura» contra la delincuencia común, la violencia de grupos radicalizados en el marco del conflicto mapuche en el sur, el caos migratorio en la zona norte, la influencia de los narcos en las poblaciones, etc. Así descritos, temas que le resultan más cómodos a la derecha que a la izquierda y que fueron muy poco desarrollados en la propuesta de la izquierda millennial de Boric. Su discurso era pletórico de referencias a la justicia social y al Estado solidario, de denuncias contra el abuso empresarial y las violaciones a los derechos humanos, de guiños a la integración regional y al antiimperialismo comercial, de reivindicaciones del lenguaje inclusivo y la autonomía reproductiva de las mujeres, entre otras legítimas banderas, pero tenía poco de los temas que eran prioritarios en Chile al comenzar su mandato. En otras palabras, a Boric le tocaría gobernar un país donde los temas prioritarios (economía y orden público) estaban desajustados de su relato original y el de su ecosistema político. Una vez recogido el cotillón de la fiesta, su caída en la popularidad era predecible.
No lo ayudó tampoco la Convención Constitucional. En teoría, Boric terminaría su primer año de mandato sepultando la Constitución de Pinochet. Todo parecía coincidir: un nuevo ciclo político postransición, una nueva generación en el poder y una nueva etapa jurídico-institucional en la historia de Chile. Se pensaba que la elaboración y ratificación de un novel texto constitucional sería carrera corrida: en el «plebiscito de entrada» de octubre de 2020, casi 80% de los chilenos votó favorablemente la idea de sustituir por completo la Constitución vigente, motivado por la idea de que un nuevo pacto social podría restañar las heridas del estallido social y reestructuraría la fisonomía del Estado para hacerse cargo de las demandas largamente insatisfechas. Pero no fue carrera corrida. El órgano creado para la tarea fue poblado por grupos independientes, impugnadores de las elites políticas y económicas, activistas de causas particulares, representantes de identidades históricamente marginadas, entre otros, con baja presencia de partidos políticos tradicionales y una subrepresentación de la derecha que correspondió al momento muy particular de la elección, aun bajo los efectos del estallido. Mientras se destacaba la diversidad de la composición de la flamante Convención Constitucional –por primera vez, las reglas no serían escritas por los sospechosos de siempre, y el proceso constituyente heredaba el ethos plebeyo del estallido social–, el distrito financiero de Sanhattan encendía las alarmas.
El gobierno de Boric tomó palco, confiado en que los anhelos transformadores se abrirían paso. Pero todo lo que podía salir mal salió mal. Mientras el interés ciudadano giraba hacia la economía y el orden público y se observaba de reojo el crecimiento de la extrema derecha, la Convención seguía impertérrita en su microcosmos refundacional, inyectando incertidumbre y amenazando con desmantelar todas las vigas del Chile conocido. Aunque la Convención comenzó sus labores con amplia credibilidad y confianza pública, a poco de andar sus integrantes fueron descendiendo al infierno reputacional. Mucha performática y poca sobriedad para el gusto de los chilenos. Se hizo imposible separar la obra de su autor. Los partidarios moderados del proceso se fueron decepcionando a medida que fueron conociendo las normas propuestas y aprobadas. La coalición original del presidente, el Frente Amplio, no pudo o no quiso ponerle resistencia al maximalismo de la izquierda más radical que gravitaba en la Convención. Mientras Boric declaraba –para distinguirse de Hugo Chávez y de otros similares en la región– que no quería una Convención «partisana»6, las izquierdas en la Convención excluían deliberadamente a la derecha de todos los acuerdos, tiñendo el proceso de un cariz adversarial cuyo resultado no podía ser sino «partisano». Por si fuera poco, las izquierdas de la Convención cometieron todos los errores que ha cometido el progresismo en el mundo: exageraron la reivindicación identitaria de grupos históricamente vulnerables o marginados (mujeres, pueblos indígenas, minorías sexuales) a través de una serie de derechos especiales, regímenes paralelos y acciones afirmativas que despertaron la reacción negativa de aquellas otras identidades que ven amenazado su estatus y la igualdad ante la ley, receta de manual para alimentar discursos populistas de derecha. Aunque Boric en campaña entendió a tiempo que no había que regalarle a la derecha la idea de chilenidad y sus emblemas patrios, para la Convención fue muy tarde: inconscientemente forzó un clivaje entre aquellos que se enorgullecen y aquellos que se avergüenzan de Chile. En resumen, lo que en jerga futbolística se llama un penal sin arquero se convirtió en un derroche de proporciones bíblicas: el 4 de septiembre de 2022, 62% del electorado, en la votación más masiva de la historia de Chile, rechazó la propuesta de texto que presentó la Convención7.
No se puede evaluar el primer año de Boric sin aquilatar debidamente lo que implicó este fracaso. Si los padres y abuelos lograron sacar a Pinochet del poder en 1988, a sus nietos les tocaba exorcizarlo para siempre al desterrar su legado institucional. No pudieron. Peor aún: sus padres tuvieron todo en contra y aun así lo consiguieron. Esta joven generación tuvo todo a su favor y aun así despilfarró la oportunidad. Algunos comentan que la derrota de la propuesta constitucional no debe leerse como el rechazo a un texto concreto, sino, en el fondo, como un rechazo al proyecto político frenteamplista, a su visión para Chile. Aunque, en lo formal, el gobierno conservó la neutralidad, en la recta final se la jugó abiertamente por su aprobación. Ningún intervencionismo indecente, por cierto: en Chile todavía existe algo así como una conciencia republicana de respeto a las instituciones. Pero nadie dudó de la identificación entre el gobierno y la propuesta constitucional. La asociación fue tan porfiada que los índices de aprobación al gobierno y la intención de voto favorable al texto comenzaron a descender juntos y nunca más se desacoplaron. Se hizo común sostener que el «plebiscito de salida» fue realmente un referéndum sobre Boric y su gobierno, que a esas alturas bregaba para contener una inflación galopante y se anotaba unas cuantas derrotas en materia de seguridad… los consabidos fantasmas de la economía y el orden público. Si el gobierno de Piñera se terminó «políticamente» con el estallido social de 2019 (es decir, dos años y medio antes de cumplir su periodo constitucional), el gobierno de Boric habría finalizado «políticamente» apenas seis meses después de asumir8. Así como Piñera no pudo continuar con su trazado original después del estallido social, la fatídica noche del 4 de septiembre (que ya tiene sigla de terremoto: 4s) Boric tuvo que renunciar al plan que tenía para Chile. Ya no conduciría al país, como presagió Time, a través de un «histórico momento de cambios». Tendría, en adelante, que atender otros problemas más urgentes.
El rechazo de la propuesta constitucional obligó al presidente Boric a realizar ajustes importantes en su gabinete, en especial en el equipo político. Salieron Siches y Jackson, dos figuras simbólicas y representativas del adn original del proyecto: Siches, líder del gremio médico que ofició como contraparte de Piñera en la pandemia, fue la jefa de campaña de Boric en segunda vuelta y sus recorridos por el norte del país fueron claves para su triunfo, mientras que Jackson ha sido el compañero inseparable del presidente desde la época en que ambos marchaban codo a codo como dirigentes estudiantiles, en una relación de complicidad política tipo bromance que recuerda la que alguna vez tuvieron Tony Blair y Gordon Brown en el Reino Unido. Es decir, dos salidas políticamente dolorosas. En su reemplazo, entraron Carolina Tohá en Interior y Ana Lya Uriarte para conducir las relaciones con el Congreso. Irónico: la joven generación que criticó duramente a la vieja Concertación recurrió a la hija política del ex-presidente Ricardo Lagos (Tohá) y a la hija política de la ex-presidenta Michelle Bachelet (Uriarte) para enrielar su gobierno9. Pero la necesidad tiene cara de hereje, y Boric tuvo que enviar una señal clara de que había entendido el mensaje del 4s. Aunque varios ex-concertacionistas participaron del gobierno desde el comienzo, este mundo adquiría ahora una visibilidad y relevancia mucho mayores. En torno del Partido Socialista, se configuró una coalición que tomó por nombre Socialismo Democrático, como una manera sutil de distanciarse de la izquierda autoritaria que piensa que el fin justifica los medios. Para todos los efectos relevantes, el equilibrio interno de poder cambió: pasó del Frente Amplio y sus aliados comunistas –principales responsables en la estrategia que hizo naufragar el proceso constituyente– al Socialismo Democrático. De aquí en adelante, la jefa del gabinete es Tohá, representante de la Generación x que se pensó perdida, y de un partido (el Partido por la Democracia, ppd) que fue inicialmente vetado por el ecosistema de Boric en tanto se lo consideró una versión escasamente progresista de la transición.
Uno de los ministros socialistas que estuvieron desde el inicio fue el veterano Mario Marcel, a cargo de las finanzas públicas. Su designación fue aplaudida transversalmente. Marcel es un economista serio y respetado, que venía saliendo de un impecable periodo al mando del Banco Central, donde dio prueba de su compromiso con la estabilidad monetaria. Como además ejerció media docena de cargos en la administración pública durante los 20 años de la Concertación, resultaba un recurso invaluable para un elenco joven e inexperto respecto del funcionamiento del Estado. La llegada de Marcel tranquilizó los mercados, lo que le permitió a Boric rebajar la cuota de incertidumbre que se cernía sobre su gobierno. Lamentablemente, durante el primer año de Boric la inflación llegó a 12,8%, la mayor registrada desde 1991. Sobre este asunto, Marcel se lava las manos. Fue la coalición de Boric, frenteamplistas y comunistas, la que como oposición a Piñera promovió una seguidilla de retiros individuales de los –otrora intocables– fondos de pensiones para costear los descalabros causados por la pandemia en la economía de las familias. Marcel, como prácticamente todos los economistas de la plaza, advirtieron que era una pésima idea, pan para hoy y hambre para mañana, pues generaría un efecto inflacionario que les pega más duro a quienes menos tienen10. Hoy, el gobierno y el propio presidente reconocen que fue un error garrafal desatender el consejo de los expertos con el fin de redituar electoralmente y dañar al gobierno de Piñera, porque están pagando las consecuencias.
En esta, como en otras materias económicas, el entorno de Boric parece haber cambiado de opinión. Aunque algunos de sus elementos más radicales coquetearon con la tesis del «decrecimiento», ahora se celebra cada décima de crecimiento económico mensual. Se festejó también que, bajo la atenta gestión del ministro Marcel, Chile obtuvo después de una década números azules en su balance fiscal, en gran parte gracias al precio del cobre, un ingreso que las facciones antiextractivistas de la Convención quisieron eliminar. También se brindó con espumante cuando un prestigioso medio financiero apuntó que Chile vuelve a ser el país «más seguro» para invertir en Latinoamérica11, en circunstancias en que la inversión extranjera es vista con sospecha por la izquierda soberanista. Esa misma izquierda tuvo que tragar vidrio cuando el Congreso aprobó y luego el gobierno ratificó la entrada en vigor del controversial Tratado Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico (tpp-11), una de las derrotas más simbólicas del frenteamplismo. Aun así, la Cancillería chilena destacó la importancia de la integración comercial en un mundo abierto12. En resumen, otra cosa es con guitarra, como dice el dicho. Si el gobierno quiere levantar cabeza en términos de aprobación ciudadana, debe alimentar la chimenea de la economía y promover el crecimiento y el empleo mientras intenta contener la inflación. No hay otra fórmula para cosechar éxito en el mediano plazo.
Frente a la problemática del orden público también se observan cambios notables. El joven diputado Boric con camiseta de Nine Inch Nails habría criticado al adulto presidente Boric por su agenda de seguridad, la que seguramente habría calificado de represiva. Antes estaban en desacuerdo con utilizar a las Fuerzas Armadas para controlar la ola migratoria irregular, ahora prácticamente dicen ser los autores de la idea. Partieron ofreciendo solo zanahorias a los grupos indígenas insurrectos –la ministra Siches debutó visitando la zona mapuche sin escolta, como gesto de buena voluntad, y fue repelida a balazos– y han caído en la cuenta de que no se puede dialogar con quien no está dispuesto a hacerlo, es decir, volvemos al garrote. La percepción de que Chile atraviesa una ola de criminalidad sin precedentes ha obligado al gobierno de Boric a volcar sus esfuerzos en un tema que le resulta especialmente incómodo. No solo porque la izquierda, en general, tiene una visión más comprensiva del fenómeno de la delincuencia, como un efecto colateral de la injusticia social, sino porque además esta izquierda, la de Boric, tiene tejado de vidrio: durante los turbulentos días del estallido social, fue ambigua o derechamente condonó la dimensión destructiva de la protesta. Si bien sus dirigentes estuvieron siempre atentos a denunciar las potenciales violaciones a los derechos humanos perpetradas por agentes del Estado en el control del orden público, se instaló la sensación de que romantizaron la violencia, normalizaron el caos como forma de «despertar a Chile» y avalaron los repetidos ataques a Carabineros. La sospecha es que frenteamplistas y comunistas azuzaron el fuego de la desobediencia para desestabilizar al gobierno derechista de Piñera. Sin embargo, el desafío actual es revertir la crisis de autoridad y la falta de respaldo que sienten las policías. En una desconexión mayúscula con el clima del país, el gobierno de Boric indultó a una docena de personas condenadas por delitos perpetrados durante el estallido social, medida que le valió el repudio de 80% de la población. En los últimos meses, frente a una opinión pública que exige más facultades –es decir, menos control– para las fuerzas de seguridad y que tiene a muchos chilenos mirando con interés el modelo autoritario de Nayib Bukele en El Salvador, el presidente Boric y sus colaboradores más cercanos han realizado una fuerte autocrítica respecto de sus pasadas declaraciones y actuaciones que pudieron debilitar la confianza en Carabineros. ¿Quién habría pensado que los mismos que hace un puñado de años sostenían que la causa más importante de la izquierda contemporánea era el feminismo13, ahora que están en el poder, tendrían como principal desafío el combate a la delincuencia y el temor de una regresión autoritaria en materia de derechos humanos?
La derecha se ha dado un festín con estas volteretas. No olvida la mezquindad con que trataron al pasado gobierno cuando Boric y compañía eran oposición. Tiene ánimo de cobrarse las cuentas. En apenas un año, han acusado constitucionalmente a tres ministros, aunque ninguna de estas iniciativas ha prosperado en el Congreso. Recientemente, sin embargo, la derecha –y en especial la extrema derecha que representa el Partido Republicano de Kast– acaba de obtener una victoria apabullante en la elección del Consejo Constitucional, encargado de redactar la propuesta de nueva Constitución. Su campaña tuvo nula relación con los contenidos constitucionales y se centró en subrayar las deficiencias del gobierno de Boric en materia de orden público, crisis migratoria y seguridad ciudadana. No hay registro en la memoria reciente de una derrota mayor sufrida por la izquierda chilena. Paradojas del destino: el sector que nunca quiso cambiar la Constitución de Pinochet ahora tiene mayoría inapelable para conducir el proceso, y la izquierda que siempre soñó con hacerlo tiene que apretar los dientes para que el resultado no sea un retroceso aún mayor. Si el plebiscito de salida del 4 de septiembre fue el terremoto político que puso fin al proyecto transformador de Boric, la elección de nuevos consejeros constituyentes en mayo de 2023 fue la réplica que todos estaban esperando, y temiendo, porque tiene sabor a un pesadillesco backlash conservador, autoritario y neoliberal. Por lo pronto, se complica la propuesta legislativa del gobierno –en materia tributaria y previsional, por ejemplo–, en la medida en que sus rivales huelen sangre y apuestan a polarizar el antagonismo para obtener réditos electorales, como lo acaba de hacer el Partido Republicano.
Pero todavía queda gobierno –y Boric– para rato. El presidente comprendió que su plan original ya no es viable y que ahora le corresponde administrar otra realidad. No es una claudicación de sus ideales, sino una actualización del escenario y de sus posibilidades. El ex-presidente chileno Patricio Aylwin, quien tuvo que gobernar con Pinochet a cargo del Ejército, decía que la política se hace «en la medida de lo posible». Esa frase, que a la generación de Boric siempre le pareció el reflejo de un esfuerzo pusilánime y desganado, fue rescatada recientemente por el propio presidente para transmitir que los pueblos no avanzan a tirones de una vanguardia iluminada de niños índigos, sino lenta y gradualmente a partir de la construcción de grandes mayorías y sentidos comunes14. Boric entiende que, sin renunciar a sus convicciones, le toca encarnar esas mayorías y sentidos comunes. El costo será tensar –y eventualmente romper– su relación con la tribu de origen, con quienes no están dispuestos a traicionar el libreto original o bien no entienden las responsabilidades de gobernar. Los verdaderos líderes siempre exigen sacrificios a la tribu de origen para volverse estadistas, y gobernar es, ante todo, navegar las tempestades y llevar el barco a puerto. Es normal que el panorama por estos días se vea sombrío, pero a veces los árboles no dejan ver el bosque. Muchos temían que la llegada de un joven protorrevolucionario al poder pudiera erosionar las instituciones democráticas chilenas, tal como ha ocurrido en otros países de la región cuando ganan sendos justicieros que copan la estructura del Estado y se niegan a partir. Todo lo contrario: la prensa es libre, la judicatura es independiente, la oposición tiene abundante espacio y el gobierno, cuando pierde, acata. Puede ser poco, pero en un continente curtido por la inestabilidad democrática y la fragilidad institucional, habitado por gorilas de uniforme y tramposos que cambian las reglas de juego, el gobierno de Boric sigue siendo ejemplar. Aunque le esté costando tocar la guitarra.
-
1.
Í. Errejón: Con todo. De los años veloces al futuro, Planeta, Barcelona, 2021.
-
2.
Beatriz Sánchez obtuvo algo más de 20% de los votos en las elecciones de 2017.
-
3.
«Cristóbal Huneeus de Decide Chile y la histórica participación en el balotaje: ‘Hay una nueva patria joven que está naciendo, con mucha cara de mujer’» en El Mostrador, 22/12/2021.
-
4.
Karen Trajtemberg: «Boricmanía, o la fe renovada» en El Mercurio de Valparaíso, 13/3/2022; José Miguel Wilson y María Fernanda Leiva: «Boricmanía: el desafío de las expectativas para el nuevo gobierno» en La Tercera, 14/1/2022.
-
5.
Clara Nugent: «Chile’s Millennial President Is a New Kind of Leftist Leader» en Time, 31/8/2022.
-
6.
Alberto González: «Gabriel Boric: ‘No queremos una Convención partisana, al servicio de nuestro Gobierno’» en Radio Bio-Bio, 21/12/2021.
-
7.
C. Bellolio: «Del penal sin arquero al ‘lo damos vuelta’: ¿Qué pasó con el proceso constituyente?» en Hypermedia, 12/9/2022.
-
8.
Rocío Montes: «Juan Pablo Luna: ‘El 4s fue el fin del gobierno de Boric, como el estallido lo fue para Piñera’» en Diario Financiero, 21/10/2022.
-
9.
El 19 de abril pasado, Uriarte dejó su cargo ministerial por razones de salud. Asumió en su reemplazo el ex-presidente del Partido Socialista Álvaro Elizalde.
-
10.
«Presidente del Banco Central Mario Marcel expuso ante la Comisión de Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento de la Cámara de Diputadas y Diputados sobre proyectos de retiros de fondos de pensiones», nota de prensa en bcentral.cl, 18/8/2021.
-
11.
Valentina Fuentes y Sebastian Boyd: «Chile Recovers Its Position as the Safest Country for Investments in Latin America» en Bloomberg, 20/2/2023.
-
12.
«Vuelta de carnero: Urrejola destaca por primera vez los beneficios del tpp-11, que el Gobierno ratificó a regañadientes» en Ex Ante, 21/2/2023.
-
13.
Miguel Crispi: «Hoy día, la causa más importante de la izquierda es el feminismo» en El Dínamo, 15/5/2018.
-
14.
Felipe Vargas: «Presidente Boric reivindica legado de Aylwin y llama a todos los sectores políticos a dejar las trincheras y construir acuerdos» en Emol, 30/11/2022.